DOLORES ALEIXANDRE, RSCJ
Esta palabrita preciosa y bien sonante significa en hebreo “mensajera de buenas noticias” y aparece en el anuncio de Isaías que leemos al empezar el Adviento: “Súbete a un monte alto, mebaseret de Sión, alza tu voz, no temas…” (Is 40,8). A los traductores les fastidia ese femenino intempestivo: ¿qué hace una mensajera ocupando el espacio de un mensajero y usurpando una tarea que, por su trascendencia, solo puede corresponder a varones? Suelen despachar el asunto traduciendo mebaseret
por “heraldo” y argumentan con ese tono irónico al que ya estamos
acostumbradas las mujeres cuando pedimos lenguaje inclusivo: “Entonces,
?qué queréis que ponga?: ¿heralda? ¿heraldisa?…”
Foto: Francisco Campos, Sj |
Dejando de lado con magnanimidad tales minucias, vamos al asunto: poner en relación a la mebaséret con el 8 de Marzo, Día internacional de la Mujer.
¿Hay buenas noticias que anunciar a quienes nos disponemos a
celebrarlo? Sin consultar a las activistas de Femen, no sea que se
presenten iracundas con la parquedad de ropa que las caracteriza, he
encontrado unas cuantas buenas noticias en recientes declaraciones del
papa Francisco y las traigo aquí por si colaboran a alegrarnos el día:
“Las muchas formas de esclavitud, la comercialización y la
mutilación del cuerpo de las mujeres, exige que nos comprometamos con la
derrota de estos tipos de degradación, que las reducen a meros objetos
que son comprados y vendidos”.
Nunca hasta ahora se había mostrado la Iglesia tan concernida por las innumerables violencias ejercidas contra las mujeres.
Bienvenida sea esa exhortación a promover el respeto hacia ellas en
sociedades en las que no cuentan para nada y el compromiso por
arrancarlas de la pobreza y apostar por un cambio en sus condiciones de
vida.
“Sufro, y os digo la verdad, cuando veo que hacen cosas de servidumbre y no de servicio”.
No es que sea un motivo de alegría preocupar al Papa, pero alivia
saberle consciente de que en muchos estamentos eclesiásticos lo que se
espera de nosotras es que no pretendamos asomarnos más allá de esa servidumbre que tan cómoda les resulta a muchos.
“Es necesario potenciar la presencia eficaz de las mujeres en los
ámbitos de la esfera pública”, “una presencia femenina más capilar e
incisiva en la comunidades” y “estudiar criterios y modalidades nuevas
para que las mujeres no se sientan invitadas sino participantes a título
pleno en los distintos ámbitos de la vida social y eclesial”.
¿Somos conscientes de lo que significa pasar de invitadas a participantes?
Porque durante siglos hemos sido invisibles en la reflexión teológica,
la liturgia, la catequesis y la comunicación espiritual y no es tarea
fácil ejercitar esa presencia “capilar e incisiva”. Supone un cambio de
perspectiva en la comunidad eclesial que despierta recelos y reproches
en quienes se sienten dueños exclusivos de esos ámbitos. Algo que se
agrava cuando lo que se esgrime es la condición ministerial como un arma
de pretendida superioridad (¿para cuándo el mandato de “lavar los
pies…”?). O cuando se invocan los estereotipos de unas supuestas
“cualidades femeninas” que confinan a las mujeres en tareas de
intendencia o de gestión. Seguimos necesitando todos volver a la utopía evangélica de unas relaciones entre hombres y mujeres no de padres/hijas, sino de hermanos/ hermanas que se ayudan a caminar juntos.
Bien se merece el papa Francisco el calificativo de mebaséret (estoy
segura de que no le importará que se lo aplique…) porque nos anuncia
una excelente noticia: podemos esperar pasos significativos en dirección
a una estructura eclesial más acorde con los valores del Evangelio para
ir sustituyendo los viejos odres y arquetipos de dominación por nuevas
actitudes de reciprocidad y reconocimiento mutuo.
“Este desafío no se puede retrasar más”, concluye Francisco. Lo veníamos sintiendo las mujeres hace ya mucho tiempo.
Extraído de entreparentesis.org