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jueves, 20 de septiembre de 2018

Hablamos también con el cuerpo



CARICIAS

Acariciar. A veces se trata de eso. En nuestro mundo, en nuestra vida, en nuestro día a día. Algo tan sencillo como eso. Sonreír a quien está triste (pero no sonrisas fáciles o vacías, sino que establezcan un vínculo). Apretar una mano (y con ello transmitir un mundo). Acariciar un rostro, prometiendo estar ahí. Ver, y aún más, mirar al otro... oír, y entonces escucharle. Abrazar a quien se siente tan abandonado, tan abatido... Estar ahí para los otros, y hacérselo saber. Me gusta pensar en Jesús como un hombre que también hablaba con sus gestos.

EL TACTO

Al llegar a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les dice: «¿Creéis que puedo hacer eso?» Le contestaron: «Sí, Señor.» Entonces les tocó los ojos diciendo: «Hágase en vosotros según vuestra fe» (Mt 9, 28-29)
Es fácil decir que en la vida hay que andar 'con tacto'... es una expresión bonita. Es verdad que con el cuerpo, con las manos, se expresa tanto... ternura, rechazo, apertura, protección, interés, acogida, vinculación. A veces se nos va la vida en palabras, palabras y mil palabrasPero hace falta hablar también con los gestos. Porque hay veces que una caricia da más confianza que mil versos, que un abrazo es la mejor respuesta a quien llora, o la mejor felicitación a quien ríe... Empezamos a tender puentes desde unas manos abiertas, unos ojos y oídos atentos... al otro.
Con la manera en que nos acercamos, acogemos, cuidamos, expresamos. Con la delicadeza con que nos relacionamos... Hay tantas dimensiones de nuestra vida en que el cuerpo habla... piensa en ello.

AMOR FÍSICO

«Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente» (Lc 15, 19)
El amor también es físico. Y hoy, cuando hay mucho contacto físico sin amor o mucho roce sin entrega es necesario sentir esa unidad. El amor toca, y así se expresa de muchos modos la relación más profunda, más estable, o más hecha de interés genuino por otra persona. El amor, atento al otro, se expresa físicamente: en la madre que mece al bebé, los amigos que se palmean la espalda, la pareja que, con su intimidad, intercambia promesas y besos, el padre anciano que pasea del brazo de su hijo, la cabeza que se apoya en un hombro amigo... hablamos también con el cuerpo.
Piensa un poco en la manera en que, en tu vida, el amor se expresa en gestos, en la medida en que comunicas sin palabras, con tu forma de estar, de acoger, de tratar al otro...

feadulta.com


viernes, 15 de junio de 2018

Ensayo de la mirada


No se trata de dar la vista, nos recordaba Platón, sino mirar a donde es menester y darse cuenta con hondura de los aspectos de la realidad, poder percibir las cosas de otra manera. Posiblemente su mundo, cargado de sofismas, como el nuestro, nos lleva a una mirada proco profunda, se repiten los mismos eslóganes, posiblemente hoy con un lenguaje un poco más refinado.
Una mirada que buscamos requiere un contemplar lento y reflexivo, atento a las pequeñas cosas, es un mirar que nos conecta con el mundo y  nos hace visible los padecimientos invisibles e inoportunos. Este mirar atento,  tiene mucho que ver con el respeto, con la persona, con la fragilidad, con la dignidad, con la solidaridad, con la justicia, con el otro, con lo otro, con uno mismo.
Esta mirada se hace necesaria en un mundo donde todo fluctúa en la indiferencia sin cualidades, ricas en cosas materiales, casi todo consumible y desechable, donde muchos no se reconocen en la trivialidad casi inhumana. Frente a la cultura del yo y del egoísmo, del distanciamiento total, la mirada atenta propone la proximidad, la supresión de toda distancia. Una sociedad analfabeta de emociones, la pobreza, el miedo, el dolor, la incertidumbre, la exclusión social, los inmigrantes y refugiados políticos que gritan sin ser oídos en los márgenes de la exclusión, a la intemperie en una existencia enmascarada. Como exiliados de la existencia sin comunidad, en medio de una sociedad que celebra la banalidad y otras juergas, enferma e instalada en la consumo y en la ceguera.
Es necesario volver a mirar, una mirada humilde e indagadora, que para ver claro nos decía Saint-Exupéry, basta con cambiar la dirección. Aprender a mirar significa mirar de nuevo, como si las cosas  aparecieran por primera vez, centrarse en lo esencial, lo sencillo y lo más humano. Nuestra mirada atenta, requiere abrir la ventana del alma que reclama todo lo humano y nada resulta ajeno, es un situarse en la cercanía de la humanidad herida desde la sim-patía. La simpatía es un detenerse ante el misterio del hombre y saber mirarlo con amor, ser solidario, mantenerse en onda, escuchar, entender, dialogar y discernir.
La desesperación de vivir sin rumbo y a la intemperie de tantos inmigrantes, las muertes en las playas, las vallas en las fronteras, la falta de eficacia en la gestión comunitaria y la vergüenza de sus medidas donde se prima la expulsión, nos interpela a una mirada crítica. Las personas que sufren se quedan sin voz. La desesperación y la injusticia las dejan sin palabras, no son capaces de gritar su protesta. El grito de la desesperación nos interpela a una mirada de la misericordia, más eficaz y comprometedora. Esta mirada no nos deja indiferentes, sino inquietos y alterados ante las injusticias, que es una mezcla de asombro y de indignación. Es la mirada de tantos sufrientes al borde del camino, su mirada es mi mirada, es una mirada prójima que apela a lo más profundo del corazón.
La mirada atenta y misericordiosa se inclina para acercarse al herido, al refugiado, se compromete con su situación, toca sus heridas. No es suficiente estar informados, hay que acercarse a la cuneta y palpar el dolor y los gemidos. La mirada atenta es una mirada llena de cariño, respeto y amor, es una mirada inclinada a aliviar el sufrimiento e infundir esperanza. Esa mirada atenta sabe mirar la vida amorosamente hasta el fondo y puede vislumbrar las huellas de ese misterio que nos transciende en el hermano sufriente.
Mirar nuestro mundo desde la fe, es mirar con ojos espiritualmente abiertos, liberar la mirada para no perder la razón y la solidaridad, como recordaba Saramago en su Ensayo sobre la ceguera. El excelente escritor articula un grito humano sin Dios, pero ante la situación de nuestra realidad, llama a desplegar la lucidez y el vivir con humanidad ante la indiferencia existencial. Esa lucidez de Saramago agita las bienaventuranzas del reino.
Tal vez, en esta mirada está la esencia del Evangelio: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Amar al prójimo es la clave de todo lo bueno y lo distintivo del ser cristiano. El amor al prójimo, nos recordaba Juan Crisóstomo, es mejor que cualquier práctica de virtud o de penitencia, mejor incluso que el martirio. La espiritualidad de la mirada atenta comienza por “abrir los ojos”, germina en un corazón educado en la misericordia y se hace realidad en abajarse socorrer al herido.
entreparentesis.org

lunes, 21 de mayo de 2018

LA PUERTA DE ESTA CASA



La puerta de esta casa no entiende de candados,
llaves, pestillos, alarmas de seguridad,
miedos ancestrales o porteros actuales...

Esta puerta no entiende de portazos,
de esperas interminables,
de colas compradas,
de voces enlatadas
para que vuelva usted mañana.

La puerta de esta casa no entiende de fronteras,
ni de papeles que discriminan,
ni de órdenes judiciales que hollan su acogida,
ni de permisos de salida y ausencia,
ni de llenos que niegan más cabida.

Esta puerta entiende de colores, brisas y perfumes:
de rostros anhelantes que suplican y no piden,
de manos que sangran y se ensucian
arrancando a la niebla la oportunidad de vivir,
de ojos que miran y ven más allá de los disfraces,
de risas que hieren todas las oscuridades.

Esta puerta entiende de la urdimbre de los sueños,
de tapices siempre misericordiosos,
de serenos atentos y acogedores,
de riesgos compartidos,
de días trabajados y noches disfrutadas,
de promesas sembradas,
de cafés que se quedan fríos en diálogos cálidos,
y de bienvenidas a todas las horas.

La puerta de esta casa es puerta abierta:
acoge a quien se acerca,
venga como venga
y sea la hora que sea;
favorece las entradas y salidas,
no retiene a nadie
y protege a quien se queda.

No podría ser de otra forma,
pues la puerta de esta casa
está diseñada y creada por el Espíritu
en sus muchas noches de vela.
Lleva grabados sus surcos
Y funciona con su santo y seña.

¡Yo soy la puerta!,
grítalo por caminos y veredas,
en las plazas y en los corazones,
y rompe las fronteras.

Hoy, Señor, como casi todos los días,
es día de entrada,
de acogida
y compañía.

Florentino Ulibarri