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domingo, 23 de mayo de 2021

El globo de Pentecostés

Jn 20,19-23

La metáfora de viajar en globo es bien bonita y sugerente. Nos habla de un fuego que va por dentro y te eleva, un viento invisible que te mueve… Nos habla también de no contaminar, ir en silencio, ir ligero de equipaje soltando lastre…

Esta metáfora nos inspira para sentir que el fuego del Espíritu Santo nos eleva y nos mueve. Solo así podemos ser enviados. Porque realmente necesitamos ser enviados, impulsados por el Espíritu de Jesús Resucitado, para ser Iglesia misionera, “en salida”, que se pone en marcha para vivir con la alegría del Evangelio. Iglesia que conoce sus dones y su debilidad, pero que sabe Quién la impulsa y por eso se muestra con una sonrisa de par en par. Iglesia de colores, porque no concibe una vida en blanco y negro sino cargada de esperanza.

Por eso, nos dice nuestro amigo Patxi: “Ningún engranaje, sistema, método, estructura, congregación, delegación, grupo, movimiento, diócesis, sínodo, cónclave… funcionará si no se deja mover por el Espíritu”.


Dibu: Patxi Velasco Fano

Texto: Fernando Cordero ss.cc.

http://blogs.21rs.es/



domingo, 31 de mayo de 2020

Pentecostés, energía renovable.


Jn 20, 19-23
“Así también os envío yo”. ¿Cómo puedes enviarnos, Señor, tal y como están las cosas? ¿Cómo enviarnos en medio de un mundo en pandemia? ¡Somos tan pequeños, tan poco valientes…! ¡Danos tu creatividad! Transforma nuestras mentes tecnológicas y calculadoras con la energía renovable y renovadora de tu Espíritu.
La fiesta de Pentecostés, en realidad, nos pone al aire del fuego y del viento del Espíritu. ¡La Iglesia necesita de la acción, del soplo del Paráclito! Los coches necesitan gasolina para moverse. Los electrodomésticos necesitan electricidad para funcionar. El móvil necesita batería para encenderse.
La Iglesia necesita para moverse, funcionar y encenderse el Espíritu Santo, viento y fuego, fuerza renovable y renovadora.
¡Adelante, es el tiempo del Espíritu!
Dibu: Patxi Velasco FANO
Texto: Fernando Cordero sscc



domingo, 9 de junio de 2019

Comentario Evangelio del domingo 9 de junio de 2019 (Solemnidad de Pentecostés) - Jn. 20, 19-23


Jn 20,19-23
El Espíritu, regalo del Padre, lo inunda todo, lo envuelve todo, lo invade todo para que no triunfe el desánimo, la indiferencia o la falta de coraje en aquello que hemos de llevar adelante.
El Espíritu, memoria del Resucitado, está por todos lados -como las palomas del dibujo-. No estamos huérfanos, sino en la mejor de las compañías. Así es el Espíritu, con su suavidad, entra en nuestra escena cotidiana y nos eleva con su empuje, con su altura de miras.
¡Ven, Espíritu Santo, anima nuestras vidas!
¡Ven, Espíritu Santo, custodio de los pobres y amante de los pequeños!
¡Ven, Espíritu Santo, transforma nuestros corazones con el fuego de tu Amor!

Dibu: Patxi Velasco FANO
Texto: Fernando Cordero sscc



domingo, 20 de mayo de 2018

BANDERA BLANCA. Pentecostés. 20 Mayo



Con la fiesta de pentecostés termina el tiempo pascual, este “día” de fiesta y de gozo profundo, vestido de blanco, que en la Iglesia se prolonga por 50 días. La Cuaresma, tiempo de gracia para nosotros, dura 40 días. Nunca será más la necesaria ascesis que la deseada mística; nunca se prolongará más el ayuno y la conversión que el banquete, la fiesta y la gracia. Al menos, en cristiano, no. ¡Tenemos bandera blanca!, ¡vivamos ondeando la bandera blanca de su Espíritu, de la comunión, del perdón, de la vida renovada, del ser humano transformado!
No sería poco fruto pascual esto de vivir por dentro con la bandera blanca del Espíritu, con su paz, con su verdad:
  • Bandera blanca en las relaciones que especialmente me cuestan, con aquellos que me hacen daño sabiéndolo o no, con aquellos que no me quieren bien y a los que me cuesta querer.
  • Bandera blanca en todos los proyectos y sueños que me desasosiegan, en todo lo que me quita la paz, lo que veo oscuro y sin salida.
  • Bandera blanca en mi relación con Dios, a veces estancada, a veces seca, a veces mal perdida, a veces mal ganada.
  • Bandera blanca con mi pasado, con mis sombras y mis luces, con lo que me equivoqué y en lo que se equivocaron conmigo, con mis cicatrices y mis heridas que testimonian día tras días que soy humano, que he vivido.
Bandera blanca de pascua y de alegría. La buena, la que perdona, la que empuja, la que te da ganas de ser mejor persona y colaborar en un mundo mejor.

acompasando.org


sábado, 19 de mayo de 2018

El Espíritu nos une y nos sostiene



Jn 20,19-23
Podemos como Iglesia tener la radical confianza de que el Espíritu de Jesús que se nos da nuevamente en Pentecostés nos une y nos sostiene. Él reparte sus dones y nos hace ser Iglesia en salida, Iglesia misionera, Iglesia que se desvive por los demás.
Pero esta Iglesia, esta comunidad, se siente unida gracias a la acción del Espíritu. Nosotros metemos la pata con frecuencia y fallamos en la unidad. El Espíritu nos hace reconocer los dones repartidos, agradecerlos y ponerlos al servicio de todos, especialmente de los pobres.
¡Ven, Espíritu, en este momento a tu Iglesia! ¡Repártenos tus dones! ¡Haznos misioneros de tu Amor!
Dibu: Patxi Velasco Fano
Texto: Fernando Cordero ss.cc.

http://blogs.21rs.es


jueves, 8 de junio de 2017

Partículas de formación... Pentecostés

Recientemente hemos celebrado la Solemnidad de Pentecostés, por eso es importante que reflexionemos sobre este gran acontecimiento, en este caso, con unas palabras de Benedicto XVI.
En los Hechos de los Apóstoles se encuentra un primer esbozo de una eclesiología católica; así lo admiten en la actualidad incluso los exegetas protestantes, que llaman a San Lucas “católico primitivo” y lo critican por esta razón. San Lucas desarrolla su programa eclesiológico en los dos primeros capítulos de los Hechos, especialmente en el relato del día de Pentecostés. Quisiera, pues, presentar en esta artículo una breve visión general de los elementos principales de la eclesiología, partiendo del relato de Pentecostés tal como se nos transmite en los Hechos.
Pentecostés representa para San Lucas el nacimiento de la Iglesia por obra del Espíritu Santo. El Espíritu desciende sobre la comunidad de los discípulos -"asiduos y unánimes en la oración"-, reunida «con María, la madre de Jesús» y con los once apóstoles. Podemos decir, por tanto, que la Iglesia comienza con la bajada del Espíritu Santo y que el Espíritu Santo «entra» en una comunidad que ora, que se mantiene unida y cuyo centro son María y los apóstoles.

Cuando meditamos sobre esta sencilla realidad que nos describen los Hechos de los Apóstoles, vamos descubriendo las notas de la Iglesia.

1. La Iglesia es apostólica, «edificada sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas» (Ef 02,20). La Iglesia no puede vivir sin este vínculo que la une, de una manera viva y concreta, a la corriente ininterrumpida de la sucesión apostólica, firme garante de la fidelidad a la fe de los apóstoles. En este mismo capítulo, en la descripción que nos ofrece de la Iglesia primitiva, San Lucas subraya una vez más esta nota de la Iglesia: «Todos perseveraban en la doctrina de los apóstoles» (2, 42). El valor de la perseverancia, del estarse y vivir firmemente anclados en la doctrina de los apóstoles, es también, en la intención del evangelista, una advertencia para la Iglesia de su tiempo -y de todos los tiempos-. Me parece que la traducción oficial de la Conferencia Episcopal Italiana no es suficientemente precisa en este punto: «Eran asiduos en escuchar la enseñanza de los apóstoles». No se trata sólo de un escuchar; se trata del ser mismo de aquella perseverancia profunda y vital con la que la Iglesia se halla insertada, arraigada en la doctrina de los apóstoles; bajo esta luz, la advertencia de Lucas se hace también radical exigencia para la vida personal de los creyentes.
¿Se halla mi vida verdaderamente fundada sobre esta doctrina? ¿Confluyen hacia este centro las corrientes de mi existencia? El impresionante discurso de San Pablo a los presbíteros de Éfeso (c. 20) ahonda todavía más en este elemento de la «perseverancia en la doctrina de los apóstoles». Los presbíteros son los responsables de esta perseverancia; ellos son el quicio de la «perseverancia en la doctrina de los apóstoles», y «perseverar» implica, en este sentido, vincularse a este quicio, obedecer a los presbíteros: «Mirad por vosotros y por todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo os ha constituido obispos para apacentar la Iglesia de Dios, que Él ha adquirido con su sangre» (20, 29). ¿Velamos suficientemente sobre nosotros mismos? ¿Miramos por el rebaño? ¿Pensamos en qué significa realmente que Jesús haya adquirido este rebaño con su sangre? ¿Sabemos valorar el precio que ha pagado Jesús -su propia sangre- para adquirir este rebaño? 

2. Volvamos al relato de Pentecostés. El Espíritu penetra en una comunidad congregada en torno a los apóstoles, una comunidad que perseveraba en la oración. Encontramos aquí la segunda nota de la Iglesia: la Iglesia es santa, y esta santidad no es el resultado de su propia fuerza; esta santidad brota de su conversión al Señor. La Iglesia mira al Señor y de este modo se transforma, haciéndose conforme a la figura de Cristo. «Fijemos firmemente la mirada en el Padre y Creador del universo mundo», escribe San Clemente Romano en su Carta a los Corintios (19,2), y en otro significativo pasaje de esta misma carta dice: «Mantengamos fijos los ojos en la sangre de Cristo» (7,4). Fijar la mirada en el Padre, fijar los ojos en la sangre de Cristo: esta perseverancia es la condición esencial de la estabilidad de la Iglesia, de su fecundidad y de su vida misma.
Este rasgo de la imagen de la Iglesia se repite y profundiza en la descripción que de la Iglesia se hace al final del segundo capítulo de los Hechos: «Eran asiduos -dice San Lucas- en la fracción del pan y en la oración». Al celebrar la Eucaristía, tengamos fijos los ojos en la sangre de Cristo. Comprenderemos así que la celebración de la Eucaristía no ha de limitarse a la esfera de lo puramente litúrgico, sino que ha de constituir el eje de nuestra vida personal. A partir de este eje, nos hacemos «conformes con la imagen de su Hijo» (Rm 8,29). De esta suerte se hace santa la Iglesia, y con la santidad se hace también una. El pensamiento «fijemos la mirada en la sangre de Cristo» lo expresa también San Clemente con estas otras palabras: «Convirtámonos sinceramente a su amor». Fijar la vista en la sangre de Cristo es clavar los ojos en el amor y transformarse en amante.

3. Con estas consideraciones volvemos al acontecimiento de Pentecostés: la comunidad de Pentecostés se mantenía unida en la oración, era «unánime» (4,32). Después de la venida del Espíritu Santo, San Lucas utiliza una expresión todavía más intensa: «La muchedumbre... tenía un corazón y un alma sola» (Hch 4,32). Con estas palabras, el evangelista indica la razón más profunda de la unión de la comunidad primitiva: la unicidad del corazón. El corazón -dicen los Padres de la Iglesia- es el órgano propulsor del cuerpo, según la filosofía estoica. Este órgano esencial, este centro de la vida, no es ya, después de la conversión, el propio querer, el yo particular y aislado de cada uno, que se busca a sí mismo y se hace el centro del mundo. El corazón, este órgano impulsor, es uno y único para todos y en todos: «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» Gál 2,20), dice San Pablo, expresando el mismo pensamiento, la misma realidad: cuando el centro de la vida está fuera de mí, cuando se abre la cárcel del yo y mi vida comienza a ser participación de la vida de Otro -de Cristo-, cuando esto sucede, entonces se realiza la unidad.
Este punto se halla estrechamente vinculado con los anteriores. La trascendencia, la apertura de la propia vida, exige el camino de la oración, exige no sólo la oración privada, sino también la oración eclesial, es decir, el Sacramento y la Eucaristía, la unión real con Cristo. Y el camino de los sacramentos exige la perseverancia en la doctrina de los apóstoles y la unión con los sucesores de los apóstoles, con Pedro. Pero debe intervenir también otro elemento, el elemento mariano: la unión del corazón, la penetración de la vida de Jesús en la intimidad de la vida cotidiana, del sentimiento, de la voluntad y del entendimiento.

4. El día de Pentecostés manifiesta también la cuarta nota de la Iglesia: la catolicidad. El Espíritu Santo revela su presencia en el don de lenguas; de este modo renueva e invierte el acontecimiento de Babilonia: la soberbia de los hombres que querían ser como Dios y construir la torre babilónica, un puente que alcanzara el cielo, con sus propias fuerzas, a espaldas de Dios. Esta soberbia crea en el mundo las divisiones y los muros que separan. Llevado de la soberbia, el hombre reconoce únicamente su inteligencia, su voluntad y su corazón, y, por ello, ya no es capaz de comprender el lenguaje de los demás ni de escuchar la voz de Dios. El Espíritu Santo, el amor divino, comprende y hace comprender las lenguas, crea unidad en la diversidad. Y así la Iglesia, ya en su primer día, habla en todas las lenguas, es católica desde el principio. Existe el puente entre cielo y tierra. Este puente es la cruz; el amor del Señor lo ha construido. La construcción de este puente rebasa las posibilidades de la técnica; la voluntad babilónica tenía y tiene que naufragar. Únicamente el amor encarnado de Dios podía levantar aquel puente. Allí donde el cielo se abre y los ángeles de Dios suben y bajan (Jn 1,51), también los hombres comienzan a comprenderse.
La Iglesia, desde el primer momento de su existencia, es católica, abraza todas las lenguas. Para la idea lucana de Iglesia y, por tanto, para una eclesiología fiel a la Escritura, el prodigio de las lenguas expresa un contenido lleno de significación: la Iglesia universal precede a las Iglesias particulares; la unidad es antes que las partes. La Iglesia universal no consiste en una fusión secundaria de Iglesias particulares; la Iglesia universal, católica, alumbra a las Iglesias particulares, las cuales sólo pueden ser Iglesia en comunión con la catolicidad. Por otra parte, la catolicidad exige la numerosidad de lenguas, la conciliación y reunión de las riquezas de la humanidad en el amor del Crucificado. La catolicidad, por tanto, no consiste únicamente en algo exterior, sino que es además una característica interna de la fe personal: creer con la Iglesia de todos los tiempos, de todos los continentes, de todas las culturas, de todas las lenguas. La catolicidad exige la apertura del corazón, como dice San Pablo a los Corintios: «No estáis al estrecho con nosotros...; pues para corresponder de igual modo, como a hijos os hablo; ¡abrid también vuestro corazón!» (2 Cor 6,12-13). Los apóstoles pudieron realizar la Iglesia católica porque la Iglesia era ya católica en su corazón. Fue la suya una fe católica abierta a todas las lenguas. La Iglesia se hace infecunda cuando falta la catolicidad del corazón, la catolicidad de la fe personal.
El día de Pentecostés anticipa, según San Lucas, la historia entera de la Iglesia. Esta historia es sólo una manifestación del don del Espíritu Santo. La realización del dinamismo del Espíritu, que impulsa a la Iglesia hacia los confines de la tierra y de los tiempos, constituye el contenido central de todos los capítulos de los Hechos de los Apóstoles, donde se nos describe el paso del Evangelio, del mundo de los judíos al mundo de los paganos, de Jerusalén a Roma. En la estructura de este libro, Roma representa el mundo de los paganos, todos aquellos pueblos que se hallan fuera del antiguo pueblo de Dios. Los Hechos terminan con la llegada del Evangelio a Roma, y esto no porque no interesara el final del proceso de San Pablo, sino porque este libro no es un relato novelesco. Con la llegada a Roma, ha alcanzado su meta el camino que se iniciara en Jerusalén; se ha realizado la Iglesia católica, que continúa y sustituye al antiguo pueblo de Dios, el cual tenía su centro en Jerusalén. En este sentido, Roma tiene ya una significación importante en la eclesiología de San Lucas; entra en la idea lucana de la catolicidad de la Iglesia.
Podemos decir así que Roma es el nombre concreto de la catolicidad. El binomio «romano-católico» no expresa una contradicción, como si el nombre de una Iglesia particular, de una ciudad, viniera a limitar e incluso a hacer retroceder la catolicidad. Roma expresa la fidelidad a los orígenes, a la Iglesia de todos los tiempos y a una Iglesia que habla en todas las lenguas. Este contenido espiritual de Roma es, por tanto, para los que hemos sido llamados hoy a ser esta Roma, la garantía concreta de la catolicidad y un compromiso que exige mucho de nosotros.
Exige una fidelidad decidida y profunda al sucesor de Pedro; un caminar desde el interior hacia una catolicidad cada vez más auténtica, y también, en ocasiones, aceptar con prontitud la condición de los apóstoles tal como la describe San Pablo: «Porque, a lo que pienso, Dios a nosotros nos ha asignado el último lugar, como a condenados a muerte, pues hemos venido a ser espectáculo para el mundo... como desecho del mundo, como estropajo de todos» (1 Cor 4,9.13). El sentimiento antirromano es, por una parte, el resultado de los pecados, debilidades y errores de los hombres, y, en este sentido, ha de motivar un examen de conciencia constante y suscitar una profunda y sincera humildad; por otra parte, este sentimiento corresponde a una existencia verdaderamente apostólica, y es así motivo de gran consolación. Conocemos las palabras del Señor: «¡Ay cuando todos los hombres dijeren bien de vosotros, porque así hicieron sus padres con los profetas!» (Lc 6,26).
Nos vienen a la memoria también las palabras que San Pablo escribió a los Corintios: «¿Ya estáis llenos? ¿Ya estáis ricos?» (1 Cor 4,8). El ministerio apostólico no se compadece con esta saciedad, con una alabanza engañosa, a costa de la verdad. Sería renegar de la cruz del Señor.
En resumen: la eclesiología de San Lucas es, como hemos visto, una eclesiología pneumatológica (del Espíritu Santo) y, por ello mismo, plenamente cristológica; una eclesiología espiritual y, al mismo tiempo, concreta, incluso jurídica; una eclesiología litúrgica y personal, ascética. Es relativamente fácil comprender con la mente esta síntesis de San Lucas; pero es tarea de toda una vida el compromiso de vivir cada vez con más intensidad esta síntesis y llegar a ser de este modo realmente católico.

Antonio Luis Sánchez Álvarez,
párroco

domingo, 4 de junio de 2017

Pentecostés, la Iglesia se pone en marcha

Necesitamos ser enviados, impulsados por el Espíritu de Jesús Resucitado, para ser Iglesia misionera, “en salida”, que se pone en marcha para vivir con la alegría del Evangelio. Iglesia que conoce sus dones y su debilidad, pero que sabe Quién la impulsa y por eso se muestra con una sonrisa de par en par. Iglesia de colores, porque no concibe una vida en blanco y negro sino cargada de esperanza.
Por eso, nos dice nuestro amigo Patxi, con este dibujo que: “Ningún engranaje, sistema, método, estructura, congregación, delegación, grupo, movimiento, diócesis, sínodo, cónclave… funcionará si no se deja mover por el Espíritu”.
Fernando Cordero ss.cc.

viernes, 2 de junio de 2017

María, mujer de Espíritu


Mujer del Espíritu

que, al soplo de su presencia,
te dejaste llevar por el viento de su gracia:
Empújanos a la SABIDURÍA
y apreciar en lo que vemos los signos de la presencia de Dios.
Empújanos al ENTENDIMIENTO
y podamos vivir cerca de Dios
Empújanos al buen CONSEJO
y podamos recibirlo y darlo según Dios
Empújanos a la FORTALEZA
y, ante la debilidad, saquemos fuerza de lo sobrenatural
Empújanos a la CIENCIA
y sepamos conocer lo auténticamente esencial
Empújanos a la PIEDAD
que no seamos fríos ni con Dios ni con los que nos rodean
Empújanos al SANTO TEMOR
y sepamos comprender que Dios está
en el principio y fin de todo y de todas las cosas.
Amén

Extraído de Reflejos de Luz

lunes, 16 de mayo de 2016

LA FIESTA DEL ESPÍRITU, FIESTA DEL CORAZÓN

Este fin de semana hemos celebrado en nuestra parroquia la Vigilia y fiesta de Pentecostés. A imitación de los apóstoles nos reunimos y oramos para que el Espíritu Santo descendiera sobre nosotros. Sentada frente al ordenador me pregunto cómo describir todo lo que he vivido… A través de estas sencillas letras querría compartir con vosotros mi experiencia y vivencias hasta hoy.
Mi incursión en las redes sociales (twitter) ha hecho que la espera del Espíritu haya estado muy presente todos los días en mis oraciones y que a lo largo de cada día haya vivido #HaciaPentecostés.
Mi corazón anhelaba el gran día y nada más entrar en nuestra parroquia ya saltó de gozo. Unas preciosas flores alegres y vivas anunciaban que algo muy importante iba a ocurrir en nuestra casa. Todo era preparativo para un gran acontecimiento: ensayo de cantos, hermanos cuidando la liturgia para celebrar por todo lo alto la venida del Espíritu, besos y abrazos en la alegría del reencuentro en familia….
Todo estaba preparado para comenzar, ¿cómo encontrar las palabras adecuadas para expresar la dicha de sentirme acogida y querida por mis hermanos?, ¿cómo transmitir la riqueza de las lecturas y el inmenso disfrute al escuchar la Palabra de Dios? (Bueno, las Palabras de Dios, ¡porque fueron muchas!), ¿qué palabras emplear para hablar del Espíritu que es torrente de vida abundante, manantial de vida eterna y paz verdadera que nos capacita para imitar a Jesús?
Me descubrí rodeada de todos vosotros, mis hermanos, pidiendo a nuestro Padre que nos enviara su Espíritu. Mi vida no sería la misma si no os tuviera a mi lado (y mi vida me gusta mucho, la verdad). Me gusta entrar en nuestra casa, la parroquia, y veros a cada uno de vosotros, me gusta el calor con que me acogéis y el amor que me regaláis. Es cierto que a veces hablamos diferentes lenguas y eso hace que no nos entendamos, que nos distanciemos, nos separemos, que la comunión no reine entre nosotros…., pero a pesar de nuestras debilidades y pecados, estos dos días he sentido que Pentecostés es la fiesta del aire nuevo, del viento impetuoso que viene de arriba para barrer, purificar y oxigenar nuestras vidas. Pentecostés es día de fuego, de transmisión de calorías de fe y esperanza a nuestros fríos corazones. Pentecostés es tiempo de comunicación con palabras auténticas de amor y de perdón.
Doy gracias a nuestro Dios y Señor por este gran don de su Espíritu, por regalarme unos hermanos como vosotros con los que caminar y vivir mi fe, por guiar los avatares de mi vida hasta conducirme a esta parroquia de Madre de Dios donde me encuentro con Él y con vosotros.
Me gustaría terminar estas líneas con una breve parte de la Secuencia que hemos leído estos dos días: “Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta
en los duelos”. Que el Espíritu Santo encienda en nuestros corazones la llama de su amor. ¡Aleluya!

Mamen Casas

sábado, 14 de mayo de 2016

Comentario Evangelio del domingo 15 de mayo (Pentecostés, ciclo C) - Jn, 20,19-23

Ven, Espíritu Creador, e infunde en nosotros la fuerza y el aliento de Jesús. Sin tu impulso y tu gracia, no acertaremos a creer en él; no nos atreveremos a seguir sus pasos; la Iglesia no se renovará; nuestra esperanza se apagará. ¡Ven y contágianos el aliento vital de Jesús!
Ven, Espíritu Santo, y recuérdanos las palabras buenas que decía Jesús. Sin tu luz y tu testimonio sobre él, iremos olvidando el rostro bueno de Dios; el Evangelio se convertirá en letra muerta; la Iglesia no podrá anunciar ninguna noticia buena. ¡Ven y enséñanos a escuchar solo a Jesús!
Ven, Espíritu de la Verdad, y haznos caminar en la verdad de Jesús. Sin tu luz y tu guía, nunca nos liberaremos de nuestros errores y mentiras; nada nuevo y verdadero nacerá entre nosotros; seremos como ciegos que pretenden guiar a otros ciegos. ¡Ven y conviértenos en discípulos y testigos de Jesús!
Ven, Espíritu del Padre, y enséñanos a gritar a Dios «Abba» como lo hacía Jesús. Sin tu calor y tu alegría, viviremos como huérfanos que han perdido a su Padre; invocaremos a Dios con los labios, pero no con el corazón; nuestras plegarias serán palabras vacías. ¡Ven y enséñanos a orar con las palabras y el corazón de Jesús!
Ven, Espíritu Bueno, y conviértenos al proyecto del «reino de Dios» inaugurado por Jesús. Sin tu fuerza renovadora, nadie convertirá nuestro corazón cansado; no tendremos audacia para construir un mundo más humano, según los deseos de Dios; en tu Iglesia los últimos nunca serán los primeros; y nosotros seguiremos adormecidos en nuestra religión burguesa. ¡Ven y haznos colaboradores del proyecto de Jesús!
Ven, Espíritu de Amor, y enséñanos a amarnos unos a otros con el amor con que Jesús amaba. Sin tu presencia viva entre nosotros, la comunión de la Iglesia se resquebrajará; la jerarquía y el pueblo se irán distanciando siempre más; crecerán las divisiones, se apagará el diálogo y aumentará la intolerancia. ¡Ven y aviva en nuestro corazón y nuestras manos el amor fraterno que nos hace parecernos a Jesús!
Ven, Espíritu Liberador, y recuérdanos que para ser libres nos liberó Cristo y no para dejarnos oprimir de nuevo por la esclavitud. Sin tu fuerza y tu verdad, nuestro seguimiento gozoso a Jesús se convertirá en moral de esclavos; no conoceremos el amor que da vida, sino nuestros egoísmos que la matan; se apagará en nosotros la libertad que hace crecer a los hijos e hijas de Dios y seremos, una y otra vez, víctimas de miedos, cobardías y fanatismos. ¡Ven, Espíritu Santo, y contágianos la libertad de Jesús!
Jose A. Pagola

Acojamos los dones que el Espíritu Santo nos regala


Acojamos los dones que el Espíritu nos regala para vivir nuestra fe y nuestro compromiso con el mundo:

El don de Fortaleza: Tú eres quien nos mantiene firmes en nuestra fe, eres quien nos acompaña y sostiene en las dificultades que se nos presentan en la Vida.  A ti te invocamos cada vez que nos sentimos débiles, angustiados, oprimidos, para fortalecernos y salir adelante en nuestro compromiso y en nuestro amor y seguimiento de Jesucristo. Tú eres el que nos recuerda siempre que Dios nos ama por sobre todas las cosas.

El don de la Sabiduría:  Tú eres el don que nos permites disfrutar las cosas de Dios.  Eres quien nos invita siempre a buscar primero el Reino de Dios.  Tú nos permites ver las cosas no sólo con la racionalidad, sino también con el corazón, tratando de verlas tal cual Dios mismo las ve.

El don de la Piedad:  Tú eres el don que nos permite reconocernos hijos muy amados del Padre, y poder disfrutar de la dicha que esto significa.  Eres el don que nos facilita nuestro dialogo amoroso y filial con Dios a través de la oración y del encuentro comunitario.

El don del Temor de Dios:  Tú eres quien nos permite acercarnos con cariño y confiadamente a Dios Padre, para hablarle con sencillez y presentarle nuestra vida.  Tú nos permites reconocer día a día el amor de Dios por cada uno de nosotros, contigo podemos reconocer que somos sus hijos predilectos muy amados por Dios.  Nos iluminas de manera especial en los momentos en que, en forma personal o comunitaria nos reunimos a orar y alabarte.

El don del Consejo: Tú eres quien nos inspira para saber qué debemos hacer, qué escoger, qué cosas evitar.  Tú estás siempre presente cuando debemos tomar decisiones en nuestra vida, para que ellas están de acuerdo a la voluntad de Dios Padre y del Evangelio de Jesús nuestro hermano.  Y a ti también te invocamos cuando debemos aconsejar a uno de nuestros hermanos.

El don de Ciencia:  Tú eres quien nos permite descubrir lo verdadero y lo falso.  Nos ayudas a comprender y amar el universo entero creado por Dios.  Eres el don que nos inspiras a encontrar la presencia de Dios en toda la creación.  Eres quien inspiras a hombres y mujeres para llevar adelante descubrimientos, avances científicos y tecnológicos que favorecen la vida del hombre.

El don de Entendimiento:  Tú eres quien nos permite adentrarnos en los misterios de Dios para poder descubrir ¿qué es lo que Dios quiere?.  Tú nos ayudas a discernir los caminos que nuestro Padre nos presenta, iluminados por su misma Palabra y por la oración.

Extraído de Reflejos de luz

viernes, 13 de mayo de 2016

Mañana Vigilia de Pentecostés, ¿te la vas a perder?

Decíamos al comienzo de la Pascua, la Pascua florida, que iba a durar cincuenta días, hasta que llegase la “Pascua granada”  de Pentecostés:   Ya ha llegado. Sí, termina el “tiempo de Pascua”, pero no termina “la Pascua”, porque la Pascua es Cristo Resucitado, y Él dijo:”Yo estaré con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt.28, 19).
Cuando Jesús se va junto al Padre (ascensión), y los apóstoles reciben el Espíritu Santo, comienza el tiempo de la Iglesia. La “misión” recibida de Jesús (“Id por todo el mundo y anunciad la Buena Noticia”), pone en acción a los seguidores del Señor.

Ponte en acción y acompáñanos mañana en la Vigilia de Pentecostés, recuerda que será a las 20.00hs.

No faltes, te esperamos!!!!!!

jueves, 12 de mayo de 2016

Se acerca Pentecostés, preparémonos para acoger al Espíritu

Cuando acoges al Espíritu .... VES


La fiesta de Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo. Acoger la acción del Espíritu en nuestra vida es sinónimo de salir de la ceguera para recobrar la vista.

El Espíritu nos transforma. Cambia la oscuridad del egoísmo en una nueva forma de amar.
Invocar al Espíritu, rezar “¡Ven, Espíritu Santo!” nos lleva a ver de una manera diferente, con la mirada de Dios.

Dejemos ya atrás miopías y cegueras. Es tiempo de transparencia, de ver con nitidez. Es tiempo de amar.

Extraído de el blog de Fernando Cordero ss.cc.

domingo, 12 de junio de 2011

Domingo de Pentecostés

Con este domingo de Pentecostés llegamos a los cincuenta días de la Pascua de Jesús,  por ello y preparado por el grupo de Poscomunión, en nuestra parroquia (como en todas),  celebramos la venida del Espíritu.
Es la celebración de la fuerza que Dios nos da para vivir nuestra vida cristiana con madurez y plena responsabilidad. Es la apertura de la Iglesia a todos los pueblos y culturas.


El Espíritu viene a nosotros, como vino en Pentecostés a los Discípulos.

Espíritu es "soplo, viento, aliento, aire que sopla".





Comunitariamente,  viene para edificar la Iglesia, para construir comunidad, para bien de todos.

Personalmente, el Espíritu da madurez porque ayuda a discernir las circunstancias nuevas de cada momento y poder saber cuál es la voluntad de Dios. Y libertad interior para saber elegir en cada momento lo que más conduce a la realización personal.

sábado, 11 de junio de 2011

PENTECOSTÉS

Hoy también se hace realidad en nuestra Iglesia aquel acontecimiento que relata el libro de los Hechos: "Cuando llegó la fiesta de Pentecostés, todos se encontraban reunidos en un mismo lugar. De pronto, un gran ruido que venía del cielo, como de un viento fuerte, resonó en toda la casa donde estaban. Y se les aparecieron lenguas como de fuego, repartidas sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo" (Hch 2, 1-4).

El alma de la Iglesia es el Espíritu. Él edifica la comunidad. Él es la fuente interior a cada uno de nosotros, de la que brota la fe. Él hace posible el seguimiento de Jesús, el Resucitado.

Si nos dejamos guiar por Él acertaremos a construir, en medio del mundo, una comunidad cristiana, una Iglesia al servicio del Reino.