lunes, 23 de marzo de 2015

La Felicidad

ÁLVARO GALERA
Colaboración en entreparéntesis.org
Me alegra saber que desde una prestigiosa Universidad de Estados Unidos se refuerza la idea que trajo al mundo un joven con barba y pelo largo hace más de dos mil años: somos más felices si nos damos. Michael Norton, un reconocido profesor de Harvard afirma que una vez que el ser humano tiene sus necesidades básicas cubiertas, sólo puede ser más feliz de una forma: dándose a los demás.
Si vemos un rato la televisión esta idea de felicidad se distorsiona. El bombardeo de mensajes publicitarios nos puede hacer creer que conducir un BMW por una larga carretera de montaña con un frondoso bosque a nuestro alrededor nos hará más felices. Se nos invita constantemente a comprar experiencias que nos alegrarán la vida. Un claro ejemplo son las cajas de regalo Smartbox: nos venden romanticismo, emociones, adrenalina… Parece que al comprar esa caja nuestra vida va a recobrar sentido, nuestra relación de pareja va a convertirse en un cuento maravilloso. La lógica consumista ha llegado hasta el límite de vendernos experiencias que nos descubrirán dónde está la felicidad y cómo podemos encontrarla.
Parece que leer las frase “consumir una experiencia” y “pagar para ser felices” nos rechinan, nos alertan, ¿se puede experimentar la felicidad a golpe de tarjeta de crédito? Las experiencias se viven, se experimentan, no creo que tengamos que consumirlas. La felicidad no podemos venderla en una caja, ni en un coche, ni en una casa, ni en un hotel, ni siquiera en un viaje, tampoco en el mejor smartphone. Aunque queramos. Aunque lo envolvamos del mejor diseño y de una publicidad preciosa, aunque nos ofrezcan la mejor financiación para comprarlo “sin enterarnos”. No se puede.
Creo que la verdadera felicidad desmantela todo esto. No es un producto. No se vende, ni se alquila, ni se presta. Es libre, se escapa de todo consumismo. Aquel treintañero melenudo y barbudo indicó hace mucho un camino para lograrla. Un camino que él mismo experimentó. Nos invita a no amarrar el corazón al dinero y a las cosas, a preocuparnos por los que sufren, a trabajar para que todos tengamos las mismas oportunidades, a construir la paz desde nuestras vidas. Eso nos contó un buen día subido a una montaña. Fue un revolucionario porque hasta entonces nadie había proclamado un mensaje igual. Fue un visionario porque su manera de entender la felicidad es la que veinte siglos más tarde sigue confirmándose desde instituciones tan respetadas como Harvard. Da la sensación que como no le creemos del todo, seguimos buscando y buscando, queriendo encontrar fórmulas más fáciles de lograr para conseguirla. Pasan los años y no la alcanzamos. Y nos volvemos a preguntar si nos estaremos despistando con tanto BMW, tanta Smartbox y tanto Iphone. Si nos estaremos equivocando poniendo toda la fuerza en conseguir dinero para acumular cosas y comprar experiencias que acaban siendo tan inconsistentes como el cartón piedra.
Hoy es el Día Internacional de la Felicidad. Hoy nos toca plantearnos cómo queremos ser felices y qué pasos tenemos que ir dando para serlo. Hoy es un buen día para hacer memoria de lo experimentado por nosotros mismos para caer en la cuenta que Jesús de Nazaret y Michael Norton tienen razón: una vez satisfechas nuestras necesidades básicas, sólo podemos ser felices si salimos de nosotros mismos para emprender un camino donde vayamos dándonos a las personas que no tienen esos mínimos cubiertos, a los más pequeños, a los empobrecidos, a los más vulnerables y oprimidos, a los que más lo necesitan.