Me alegra saber que desde una prestigiosa Universidad de Estados
Unidos se refuerza la idea que trajo al mundo un joven con barba y pelo
largo hace más de dos mil años: somos más felices si nos damos.
Michael Norton, un reconocido profesor de Harvard afirma que una vez
que el ser humano tiene sus necesidades básicas cubiertas, sólo puede
ser más feliz de una forma: dándose a los demás.
Si
vemos un rato la televisión esta idea de felicidad se distorsiona. El
bombardeo de mensajes publicitarios nos puede hacer creer que conducir
un BMW por una larga carretera de montaña con un frondoso bosque a
nuestro alrededor nos hará más felices. Se nos invita constantemente a
comprar experiencias que nos alegrarán la vida. Un claro ejemplo son las
cajas de regalo Smartbox: nos venden romanticismo, emociones,
adrenalina… Parece que al comprar esa caja nuestra vida va a recobrar
sentido, nuestra relación de pareja va a convertirse en un cuento
maravilloso. La lógica consumista ha llegado hasta el límite de
vendernos experiencias que nos descubrirán dónde está la felicidad y
cómo podemos encontrarla.
Parece que leer las frase “consumir una experiencia” y “pagar para ser felices” nos rechinan, nos alertan, ¿se puede experimentar la felicidad a golpe de tarjeta de crédito?
Las experiencias se viven, se experimentan, no creo que tengamos que
consumirlas. La felicidad no podemos venderla en una caja, ni en un
coche, ni en una casa, ni en un hotel, ni siquiera en un viaje, tampoco
en el mejor smartphone. Aunque queramos. Aunque lo envolvamos del mejor
diseño y de una publicidad preciosa, aunque nos ofrezcan la mejor
financiación para comprarlo “sin enterarnos”. No se puede.
Creo que la verdadera felicidad desmantela todo esto. No es un producto. No se vende, ni se alquila, ni se presta.
Es libre, se escapa de todo consumismo. Aquel treintañero melenudo y
barbudo indicó hace mucho un camino para lograrla. Un camino que él
mismo experimentó. Nos invita a no amarrar el corazón al dinero y a las
cosas, a preocuparnos por los que sufren, a trabajar para que todos
tengamos las mismas oportunidades, a construir la paz desde nuestras
vidas. Eso nos contó un buen día subido a una montaña. Fue un
revolucionario porque hasta entonces nadie había proclamado un mensaje
igual. Fue un visionario porque su manera de entender la felicidad es la
que veinte siglos más tarde sigue confirmándose desde instituciones tan
respetadas como Harvard. Da la sensación que como no le creemos del
todo, seguimos buscando y buscando, queriendo encontrar fórmulas más
fáciles de lograr para conseguirla. Pasan los años y no la alcanzamos. Y
nos volvemos a preguntar si nos estaremos despistando con tanto BMW,
tanta Smartbox y tanto Iphone. Si nos estaremos equivocando poniendo
toda la fuerza en conseguir dinero para acumular cosas y comprar
experiencias que acaban siendo tan inconsistentes como el cartón piedra.
Hoy es el Día Internacional de la Felicidad. Hoy nos toca plantearnos cómo queremos ser felices y qué pasos tenemos que ir dando para serlo.
Hoy es un buen día para hacer memoria de lo experimentado por nosotros
mismos para caer en la cuenta que Jesús de Nazaret y Michael Norton
tienen razón: una vez satisfechas nuestras necesidades básicas, sólo
podemos ser felices si salimos de nosotros mismos para emprender un
camino donde vayamos dándonos a las personas que no tienen esos mínimos
cubiertos, a los más pequeños, a los empobrecidos, a los más vulnerables
y oprimidos, a los que más lo necesitan.