Seguimos viendo a
Jesús en diálogo con las autoridades judías en Jerusalén, en días próximos a su
pasión.
Jesús habla sin
contemplaciones denunciado a los sacerdotes y al Sanedrín.
Jesús toma esta
ficción literaria del refranero popular para hablar de la universalidad del
Reino de Dios pero a la vez la exigencia ética de los que se incorporan a él.
La interpretación
alegórica clara de la parábola sería que Jesús concibe el Reino de Dios como
una fiesta, un banquete de Bodas. Es decir, que el encuentro personal y
comunitario con Dios es de alegría y celebración. El banquete es símbolo del amor, la amistad, la comunión
y la felicidad.
En segundo lugar
que Dios Padre hace un llamamiento a entrar en el Reino y se constata con
diversos ejemplos que Israel no respondió afirmativamente; por eso hace otro
llamamiento universal y general, para todos.
El paralelo que
trae Lucas, otra versión, del documento Q, en otro contexto temporal, presenta
la parábola de otra manera y no tiene el final. Probablemente es más original.
El final de la
parábola tiene también connotaciones escatológicas.
Pero se ha de
interpretar en el sentido de que al Reino se entra por invitación pero se exige
una conversión personal y un deseo de vivir en comunión con Dios y los demás,
es el sentido simbólico del “traje de fiesta”.
La moraleja final
la trae el propio texto.
Se invita también
al oyente a que extraiga su propia moraleja.
Una podría ser:
Dios es grande y generoso y nosotros unos mezquinos, aunque hay algunos o
muchos que comparten esa grandeza de Jesús.