La insistente confianza de la mujer hace que se produzca la curación. Ella no se agarra a “flotadores” o “salvavidas” en medio de la tempestad que está viviendo. Se aferra, con toda la dificultad, únicamente a Jesús. Él es para ella el Salvador.
¡Cuánta gente que no está cercana a la Iglesia, al Evangelio, pero que tienen un corazón sincero y puro, quieren agarrarse a Jesús! Quizá los creyente podamos ayudarles, darles un empujoncito o facilitarles el camino.
Ante la actitud de esta mujer, que no pide para sí sino para su hija, podemos decir que lo que realmente salva es la fe. Permanezcamos arraigados en esa fe en Cristo que nos alcanza la felicidad de los bienaventurados.
Fernando Cordero, sscc.
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