jueves, 23 de marzo de 2017

Partículas de formación... La Confesión IV

LA CELEBRACION DEL SACRAMENTO
DE LA RECONClLIACIÓN
Dados los actos previos del penitente (examen de conciencia, contrición, y propósito de enmienda) el Sacramento se realiza concretamente con la confesión de los pecados y la absolución.
Este acto litúrgico ha sido practicado siempre en la Iglesia, aunque de formas distintas. En la antigüedad se acostumbraba la confesión pública en las asambleas litúrgicas, seguidas de un tiempo de penitencia, antes de ser admitidos al rito de la absolución. Gracias a los monjes irlandeses principalmente, el rito se hizo de manera personal y secreta, conservando sin embargo los elementos indispensables para la validez del perdón.
Actualmente la Iglesia nos propone tres modalidades distintas, igualmente válidas para celebrar el Sacramento de la Reconciliación :
Rito de Confesión
El rito de confesión individual es la forma más usual y la que permite mayor profundidad en el retorno a Dios. También pueden darse las Celebraciones comunitarias, con confesión y absolución individual.
Se suele dar comienzo con la jaculatoria "Ave María Purísima" a la que el sacerdote responde "Sin pecado concebida", pidiendo a la Madre de Dios, que nunca pecó, que nos ayude a hacer una buena confesión.
Es muy útil para el confesor saber el tiempo transcurrido desde la última confesión del penitente. No es lo mismo escuchar a una persona que hace años no se reconcilia con Dios, a otra que se confesó hace una semana. Como ya se ha indicado, la confesión debe ser completa, sincera y concreta.
El penitente absuelto de sus pecados, aparte de cumplir con la penitencia indicada, lo primero que debe hacer, es dar gracias a Dios, no vaya a suceder lo que pasó con aquellos diez leprosos que Cristo curo y tan solo uno, por cierto, samaritano, regresó para darle las gracias.
LOS PECADOS LEVES Y LOS GRAVES
Una cuestión surge a menudo en la conciencia de los fieles: ¿cómo sabemos que un pecado es grave (o mortal)? La Iglesia nos da la solución: para que un pecado pueda considerarse grave o mortal, debe reunir tres condiciones:
-          Pleno conocimiento, o sea, que sepamos sin lugar a dudas que una acción es pecaminosa, por ejemplo, robar.
-          Pleno consentimiento, es decir, la aceptación total por parte de nuestra voluntad para cometer esa acción: sé que es pecado robar, pero quiero robar.
-          Materia grave. Dado el pleno conocimiento y el pleno consentimiento, queda aún el criterio de la gravedad de la acción misma. No es lo mismo, siguiendo con el ejemplo del robo, apropiarse de veinte pesos, que de veinte millones, no es lo mismo un empujón que un balazo.
En muchos casos podemos aquilatar la gravedad de la acción cometida por el daño causado al prójimo o a nosotros mismos. En otros casos no será tan fácil resolver la cuestión de la gravedad de la materia. Es necesario informarse, preguntar tal vez al confesor mismo.
El pecado leve (o venial) debilita nuestra amistad con Dios. El pecado grave (o mortal) rompe nuestra amistad con Dios. Si no formamos nuestra conciencia rectamente, podemos creer que todo pecado es mortal y privarnos de la Sagrada Comunión, pudiendo hacerlo. Y también puede suceder que nos acerquemos a la Eucaristía inconscientemente estando en pecado mortal.
No podemos basar nuestra conducta moral en el concepto de que "al cabo no es pecado mortal" llevando una vida mediocre de constantes ofensas veniales o leves a Dios Nuestro Señor.
El amor a Nuestro Señor debe impulsarnos a evitar TODA CLASE DE PECADOS. Además el camino al pecado mortal, es ciertamente el venial.
Recurramos frecuentemente al Sacramento de la
Reconciliación, procurando con toda el alma evitar toda mancha para vivir cada vez más plenamente la Vida de la Gracia que Dios nos otorga en sus Sacramentos.
Os invito a recibir este sacramento, especialmente mañana, en la celebración Penitencial comunitaria que tendremos en la Parroquia a las 18:30 hs. Es tiempo de cuaresma, tiempo de conversión. Aquí te dejo un examen de conciencia para que puedas preparar bien este encuentro con el Señor.

Antonio Luis Sánchez Álvarez,
párroco.

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