lunes, 20 de marzo de 2017

Partículas de formación... La Confesión I

San Juan Evangelista nos relata cómo el mismo día de la Resurrección de Jesucristo, al atardecer "estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “Paz a vosotros”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: “Paz a vosotros. Como el Padre me envió, también Yo os envío. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: 'Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedarán retenidos". (Jn 20,19-23)
Es impresionante el hecho de que lo primero que Nuestro Señor hace una vez resucitado, es conferir a sus Apóstoles el poder de perdonar los pecados. Bien sabe Jesús de qué barro tan frágil estamos hechos y la necesidad que tenemos de restaurar la Gracia bautismal perdida por el pecado grave.
Diversos nombres de este Sacramento
El principal objetivo de este Sacramento, es nuestra reconciliación con Dios y con la Iglesia. Es por ello el Sacramento de la Reconciliación.
Pero no puede darse dicha reconciliación si permanecemos en pecado, por lo que se impone una conversión de 180 grados, alejándonos de todo aquello que nos aparta de Dios. No podríamos convertirnos sin un sincero arrepentimiento, que en latín se dice penitere y por eso es el Sacramento de la Penitencia, que incluye una reparación por parte del pecador.
Declarar los pecados ante el Sacerdote, es un elemento esencial de la Reconciliación y por eso, también se denomina Confesión. Es igualmente el Sacramento del Perdón porque por la absolución sacramental del Sacerdote, Dios concede al penitente "el perdón y la paz".
Sólo Dios perdona los pecados
El Evangelio de San Marcos nos refiere la ocasión en que a Jesús le presentan un paralítico bajándolo por entre las tejas del techo, en una camilla. Viendo Nuestro Señor la fe de aquellas personas, le dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. Con toda razón los escribas presentes pensaron que Jesús blasfemaba porque “¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios?” Pero el Señor, para demostrar su divinidad y el poder que tiene para ello, cura inmediatamente al paralítico, que sale sano y perdonado a la vista de todos. (Mc 2, 1-12).
Pensar que un hombre cualquiera puede perdonar las ofensas hechas a Dios, es una tontería. El ofendido es Dios y Él perdona si es su voluntad.
Pero la voluntad de Dios no es tan solo perdonar al pecador arrepentido; sino el delegar este poder divino a los sacerdotes, desde el mismo día de su gloriosa Resurrección. (Jn 20, 21-23) Así la Iglesia viene a ser el signo e instrumento del perdón y reconciliación que Cristo nos adquirió al precio de su Sangre. San Pablo se sabe enviado por Cristo para ejercer el “ministerio de la reconciliación” (2 Cor 5, 18).
Al hacer partícipes a los apóstoles de su propio poder de perdonar los pecados, el Señor les da también la autoridad de reconciliar a los pecadores con la Iglesia. El poder de “atar y desatar” que Cristo confiere solamente a San Pedro (Mt 16, 19) como cabeza visible de la Iglesia, significa el poder excluir o aceptar de nuevo al pecador de la comunión con la iglesia... La reconciliación con la Iglesia, es inseparable de la reconciliación con Dios.

Antonio Luis Sánchez Álvarez,
párroco.

1 comentario:

  1. Enhorabuena por el trabajo de este blog y por los tenas de actualidad que ayudan mucho en la formación. No digamos el tema de esta semana...

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