Qué difícil resulta "decirnos las
cosas". Tanto personal como profesionalmente, decirle a otra persona
lo que se piensa de ella, incluso si es por su bien, es de las cosas más
complicadas que hay. De hecho, hay a veces situaciones absurdas que claman al
cielo en las que "todo el mundo" ve algo de una persona, y parece que
"nadie se atreve", o que "a ver quién le dice algo".
Entonces, nos debatimos entre decírselo directamente, hacérselo ver sutilmente,
o quedarnos callados, porque "total, qué más da".
Pues no da igual. Uno de los fundamentos que hay que tener en
cuenta para animarse a corregir al otro tiene que ver con la salvación. ¿Qué
papel juegan los demás? ¿Nos salvamos juntos o solos? La respuesta es doble:
nos salvamos solos, sí, pero también con los demás. Por tanto, lo que hagan los
demás, no sólo es importante para el otro, sino para todos. De alguna manera,
somos responsables de cómo vivan los demás. No somos los últimos responsables,
pero en la medida en que esté en nuestra mano, tenemos que responder a esa
llamada. Esto es importante tenerlo en cuenta en una época en la que el
individualismo es fuerte, y parece que mientras que no nos afecte lo que hagan
los demás, es como si no fuera con nosotros.
Y claro que va con nosotros. Va con nosotros porque estamos
llamados a vivir desde la Verdad. Y una vez que se conoce la Verdad, no se
puede esconder o guardar para sí. ¿Eso significa que uno está en posesión de la
Verdad y el otro no? Ir por la vida creyéndose que sí es terrible. Pero todos
estamos en búsqueda, y reconozcámoslo: hay personas con más experiencia que
nosotros que pueden ayudarnos a crecer. Aceptar esto requiere humildad.
¿Y cómo se hace? La única manera es corregir desde el
amor. La Verdad
dicha sin amor es una canallada. El amor nos hace querer
sacar al otro del error en el que se encuentra. Eso es la auténtica
misericordia: mirar la miseria del otro con el corazón, para intentar
erradicarla. En otras palabras, amar al pecador y aborrecer el pecado. Y
aunque lo hagamos con todo el amor del mundo, puede ocurrir que la otra persona
se moleste. La Verdad y el amor deben ir, por tanto, conectados con la
libertad. Libres para ser valientes, mirar al otro con amor, corregirle y asumir
las consecuencias.