miércoles, 15 de junio de 2016

Alegrarnos por lo vivido



En junio el curso va llegando a su fin, se huelen a distancia las vacaciones de muchos que vivimos al ritmo de año escolar y se empieza a intuir el tan deseado descanso. A lo largo de estos meses ha habido de todo: trabajo, ilusión, malos ratos, “momentazos”, disgustos, enfados… Igual que evaluar las asignaturas es la práctica más frecuente en estas fechas, también es un buen momento para tomarnos el pulso a cómo hemos vivido este tiempo. También Jesús, después de enviar a sus discípulos a predicar, hizo con ellos una “evaluación” de lo vivido durante su misión.
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 Lc 10,19-21

Mirad, os he dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones y sobre todo poder del enemigo, y nada os podrá hacer daño; pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos.
En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo y dijo: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a ingenuos. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito”.
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Los discípulos venían que no entraban en sí de alegría. El éxito de su misión había sido total. Jesús, por su parte, pone las cosas en su lugar y les recuerda que es Él Quien les da el poder y la autoridad para vencer las dificultades y, lo que es más importante, que el motivo de alegría no son los logros, las “victorias” o los triunfos, sino que lo que les tiene que llenar de alegría es que sus nombres están grabados en el corazón de Dios.
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Si miramos atrás y recorremos lo que nos ha sucedido en los últimos meses, igual nuestro gozo se queda únicamente en lo que consideramos logros, en aquellas cosas que han salido como deseábamos, en todo eso que a nuestros ojos ha sido un exitazo. En cambio, el Maestro nos enseña que el verdadero motivo de alegría no está ahí. Aunque a nosotros el balance del curso nos salga en negativo y haya más fracasos que experiencias positivas, tenemos un motivo inamovible para que nada ni nadie nos robe la sonrisa“nuestros nombres están escritos en los cielos”. El nombre, que en la mentalidad bíblica expresa todo lo que somos, nuestra identidad más profunda y nuestra verdad más verdadera, está tatuado en el corazón del mismo Dios. Él, que es capaz de sacar provecho de donde nosotros sólo vemos pérdida, nos ama con locura en lo que somos y no en lo que logramos.
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Pero Jesús, después de resituar la alegría de sus discípulos, Él mismo se llena de ese gozo hondo y sereno que da el Espíritu, y le lleva a bendecir al Padre por empeñarse en mostrar lo importante del Evangelio a la gente sencilla como lo eran sus amigos. ¡Qué bien que Dios sea así! Seguro que Jesús también se llena de esa misma satisfacción al mirar los meses que hemos vivido y al reconocer cómo el Padre prefiere mostrarnos su ternura y su misericordia a quienes nunca vamos a ocupar la portada de un periódico y a quienes nadie nos va a reconocer por la calle.
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¡Qué suerte tenemos! ¿Seremos capaces de reconocer entre las líneas del tiempo que hemos vivido las huellas amorosas del Señor? ¿Descubriremos esas grandes verdades que Dios nos muestra escondidas bajo los ropajes de las rutinas que llenan nuestra vida cotidiana? Si lo hacemos, nos pasará como a Jesús: un gozo regalado por el Espíritu nos llenará por dentro.
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