martes, 5 de abril de 2016

La alegría de la Pascua


Hay una frase del Evangelio de Lucas (24, 41) de esas que se te quedan grabadas y te vienen a la cabeza muchas veces y a la oración, dándole vueltas. Estando los discípulos encerrados en una sala, van comentando algunos, llenos de alegría, que Jesús se les ha aparecido, que está vivo: los de Emaús, Pedro y Juan… y en esto se hace presente Jesús en medio de ellos con un saludo de paz, con insistencia en que no es un fantasma, ya que la reacción de los discípulos es de espanto y miedo, turbación y dudas, asombro… pero a la vez también dice Lucas que “no acababan de creer” por la alegría que sentían. Parecía algo inaudito para ellos. Están sorprendidos. Miedo primero y alegría también, a la vez… ¿es posible? Imagínate que te toca un gran premio en la lotería, como ocurre en Navidad… la gente llora de alegría y no acaba de creérselo por ser ¡demasiado! ¡increíble! La alegría es un hecho que se da espontáneamente ante algo inesperado, bueno, buenísimo. El creerlo parece que viene después y  no es automático, ni inmediato. El cuerpo tiene que hacerse a la nueva situación. Así pasa con la fe en el Resucitado.
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Decimos mucho que la alegría es la actitud más propia de la Pascua, y lo es, pero no cualquiera. Lo vemos en los primeros testigos de la Pascua: no es pasajera. Coge la persona entera. Es activa y se traduce en la vida. Es serenamente contagiosa. Esta alegría es la que conviene a la oración, la que procede de una experiencia que afecta a todo el ser.
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Si ya resulta difícil “entender” la cruz, hacer experiencia de Jesús resucitado no lo es menos, pero va la vida en ello. Y sin ella no hay oración posible. ¿Se puede dialogar con un muerto? La oración no es pensar que alguien me escucha, y por eso hablo, y al final termino en un monólogo, porque no tengo la experiencia de que ese Alguien no es una idea sino una persona ¡viva!… las ideas no producen la alegría comparable a la que produce la presencia de una persona cercana, querida…
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No acababan de creer por la alegría… primero una emoción, la alegría… aún sin saber muy bien por qué o cómo entender lo que está pasando. Esto me lleva a preguntarme en qué medida me alegra la presencia y cercanía de Jesús. Él está vivo. No con la misma vida que tenía. Es más vida. Y la relación es también viva, dinámica, creativa. Alegría que no tiene por qué ser carcajada, aunque no estaría nada mal probar a sonreír en la oración…
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O quizá me dé miedo, como a los discípulos… Miedo reverente, o miedo a que se meta demasiado en mi vida…  miedo porque me conoce demasiado, más que yo misma y no tengo “escapatoria”… miedo ante la propia indignidad, porque ¿quién soy yo para que mi Señor venga a mí, me busque, me quiera…?
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Miedo, alegría, increencia, indiferencia, afecto… ¿qué sentimientos predominan en mi oración? ¿por qué?
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La oración es un diálogo de presencias, un TÚ que se relaciona con un YO. Este Tú me puede provocar alegría por muchos motivos: por su perdón, su acogida, su Palabra… hoy insistimos en la alegría que produce su sola Presencia Resucitada, viva. Que nada reprocha. Que solo ofrece paz, “no como la da el mundo”… presencia que conforta, anima, envía, transforma, recrea, levanta… Entonces no es necesario en la oración ni diálogo, ni recetas, ni un ritual… es pura alegría de saberLe vivo y presente, y yo en Él.  En los relatos pascuales los discípulos apenas hablan, es más bien Jesús quien les dice cosas, les da instrucciones, les explica… Una presencia, no una idea. No un recuerdo. No un código a seguir. ¡Es el Señor! Como dijo Juan en el episodio de la pesca milagrosa (Jn 21,6)
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La oración en Pascua tendrá que ser esa alegría serena y cierta que produce lo increíble, la victoria del Amigo sobre toda muerte, será el gozo de estar con Él, contemplando en el Espíritu, dejando que nos abra el entendimiento como hizo con los de Emaús, con los Once, con María Magdalena para dar el salto a la fe y poder ver todo con otra perspectiva, la de la Pascua. Es el tiempo de PERMANECER aunque no entendamos. En actitud de súplica. Algún día exclamaremos desde las entrañas “Resucitó de veras mi amor y mi esperanza”. Y saldremos a anunciarlo.
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