domingo, 20 de marzo de 2016

Poco nos queda para llegar a la cumbre de la misericordia


Así es, con la celebración del Domingo de Ramos, nos queda poco para celebrar la cumbre de la misericordia, esos días centrales de nuestra fe que nos recuerdan y rememoran lo decisivo que hay que creer: la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, la Semana Santa, que nunca he entendido cómo un acto así puede ser declarado de interés turístico regional, nacional e internacional. 
Se me hace difícil pensar que tanto sufrimiento pueda entenderse desde el turismo y que sea la semana santa de la calle la que más personal movilice y la que más energías ocupen en la mayoría de los que se declaran cristianos y no cristianos. Tenemos una habilidad enorme para ocultar el sufrimiento y para quitarle fuerza a todo acto de crítica a unos poderes religiosos y políticos que quitan de en medio a aquellos que les estorban y le cuestionan su situación y su hacer. Es lo que le pasó a Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios. Es lo mismo que les está pasando a nuestros hermanos que huyen de la guerra de Siria y que ahora, la Comunidad Europea, no quiere dar asilo. ¿Dónde está tu hermano? Es la pregunta que hoy, también, nos hace Dios a nosotros.
Pero seguimos caminando hacia la cumbre de la misericordia con entusiasmo, con euforia que es lo opuesto al desaliento.
“Sentimos desaliento, precisamente, cuando nos falta el aliento para seguir adelante; cuando empezamos a notar cansancio y lo que tenemos entre manos ya no parece tan fácil”, pero no es esta nuestra situación en este final de la cuaresma, sino que más bien seguimos caminando porque sentimos admiración, aprecio por Jesús, el Cristo, que, para nosotros es el Hijo de Dios lleno de grandes cualidades fuera de lo común. Pero hay que saber verlas y no quedarnos sólo en lo externo, sino llegar a lo más profundo de su ser.
Ya lo decía San Pablo en su carta a los Filipenses (3,8-14): «Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él, no con una justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe. Todo para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, con la esperanza de llegar a la resurrección de entre los muertos. No es que ya lo haya conseguido o que ya sea perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como yo he sido alcanzado por Cristo. Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Solo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús».
Jorge Mario Bergoglio nos anima a repensar la relación entre amor y justicia, a veces mal planteada en la Iglesia, a fomentar la mística del encuentro, a aceptar y transformar el conflicto, a fomentar la imaginación y la creatividad. En fin, un elenco de temas vitales para la humanización de nuestro mundo, objetivo permanente del Papa. ¡Ojalá sus palabras no caigan en saco roto!
Así que, ¡ánimo! nos encontraremos en la Resurrección, en Galilea, donde nuevamente nos convoca el Señor para emprender un nuevo camino con las esperanzas renovadas y las “pilas puestas” que dicen los jóvenes de hoy en día. Así que, a ponerse las pilas en esta Semana Santa y alcanzar la cumbre de la misericordia para el resto del año. Feliz Pascua de Resurrección.

José Mª Tortosa