No es raro hoy en día el encontrarnos con personas que están anhelantes de silencio, de profundidad, de espiritualidad,… la buscan (la buscamos) en el yoga, el mindfullnes, el chicum, la naturaleza, los ejercicios espirituales,… Cada año muchos encontramos unos días para ese espacio de oxigenación y reencuentro con lo profundo… con Dios. Sin embargo, la mayoría de nosotros no somos monjes; nuestra vida habitualmente está en el movimiento, el ruido, la actividad (vertiginosa en ocasiones). Y es en ese movimiento en el que creemos (¡¡¡sabemos!!!) que también habita el Señor de la Vida. Queremos vivirle y disfrutarle allí donde nos toca vivir y estar. Es nuestro Carpe Diem (¡¡¡vive el momento!!!), en el que intentamos disfrutar de Su plenitud (de nuestra plenitud).
Muchas veces no es fácil. Pero siempre hay pistas de dónde está. Aquello que nos genera ilusión, que nos alegra el momento, que aumenta nuestra esperanza en el futuro (que no ingenuidad), que nos da más confianza en nosotros y en la realidad, que nos hace mirar hacia afuera de nuestros problemas, que nos incita a querer un poco más a alguien,… eso es de Dios, eso merece la pena visitarlo, seguirlo, celebrarlo. Es allí donde queremos reposar la mirada… aunque sea en mitad del frenético ritmo cotidiano.

Sigo sin saber cómo evitar los aceleres del día a día, no encuentro modo de vivir en la paz permanente. Pero sí que sé que es posible vivir apostando por tener una mirada en la que me encuentre cada día con el Misericordioso en tantos acontecimientos que me regala la vida…
Joaquín Solá, SJ