miércoles, 9 de diciembre de 2015

El año de la Misericordia

El Papa Francisco ha anunciado la celebración de un Año Santo extraordinario. Se trata de un Jubileo de la Misericordia que se inició ayer 8 de diciembre de 2015 y concluirá el 20 de noviembre de 2016.
Es una buena noticia: afirma que Jesús es el rostro de la misericordia de Dios Padre con sus palabras, y con sus gestos. Por eso, el Papa nos invita a vivir las obras de misericordia.
¿Por qué tenemos que vivir la misericordia? Porque estamos llamados, como Jesús y María, a ser signos visibles en la tierra del Amor y de la Misericordia de Dios. Y además porque la misericordia es fuente de alegría, de serenidad y de paz para quienes la practican.
¿Cómo podemos concretar la misericordia en nuestra vida diaria? El mismo Papa nos lo indica. Estas son sus palabras:
“Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos. 
Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. 
Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos.
No podemos escapar a las palabras del Señor y en base a ellas seremos juzgados: si dimos de comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo para acompañar al que estaba enfermo o prisionero (Mt. 25, 31-45). 
Igualmente se nos preguntará si ayudamos a superar la duda, que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad; si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza; si fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba solo y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o de violencia que conduce a la violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios que es tan paciente con nosotros; finalmente, si encomendamos al Señor en la oración a nuestros hermanos y hermanas. En cada uno de estos «más pequeños» está presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga… para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado.
No olvidemos las palabras de san Juan de la Cruz: «En el atardecer de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor».”
Ahora es ése nuestro reto.