AGUSTÍN ORTEGA CABRERA
A pesar de las sucesivas y permanentes proclamas, por parte de
corrientes culturales y filosóficas, de la muerte de Dios, de la
desaparición de lo religioso, del eclipse de la trascendencia, etc. lo
cierto es que el anhelo de sentido y de lo trascendente, de lo espiritual y místico
resuena una y otra vez con vigor e insistencia. Abundan las
publicaciones e investigaciones o las acciones formativas y culturales
sobre la espiritualidad y mística. Parafraseando a K. Rahner, el ser humano del futuro será místico o no será,
tendrá una experiencia de sentido o trascendencia en la realidad
humana, social e histórica, una vivencia de la unión con los otros y con
lo Otro, con Dios, o no encontrará la realización y felicidad plena.
Evidentemente, la religión y las religiones no tienen el monopolio de la espiritualidad ni de la felicidad, y la persona no creyente-religiosa puede y debe encontrar una vida feliz, realizada.
Pero, como nos señala la experiencia religiosa y estudios e investigaciones del pensamiento o ciencias humanas, la fe y religiones aportan una raíz y plus o plenitud a la existencia que creemos puede consumar lo humano. Ciertamente, en este anhelo y manifestación de lo espiritual, como se da, por ejemplo, en nuestra época o cultura llamada postmoderna,
no todo es positivo. Y sus posibles peligros de esta espiritualidad y
mística, sus carencias, se dejan entrever en un individualismo o
corporativismo evasivo y alienante, en un psicologismo emocional y
desencarnado, en una religiosidad burguesa y hedonista. Creemos que la espiritualidad cristiana e ignaciana puede aportar mucho y bueno a una adecuada, profunda e integral experiencia espiritual y místíca.
Es una espiritualidad honrada con la realidad, una mística de los ojos abiertos que contempla y se hace cargo, carga y se encarga de la realidad social e histórica. Una experiencia humana que integra y articula: la razón con la emoción y el corazón, en una razón cordial; el pensamiento con el afecto y sentimiento, con una inteligencia sentiente y sentimental; la espiritualidad con la ética, desde una encarnación espiritual en el compromiso social; la mística con la política,
en una mística que promueve el bien común y la justicia social e
internacional (universal) con los pobres de la tierra. Es una espiritualidad teologal del carácter público de la fe en la sociedad e historia. El don (gracia) del amor social y caridad política
que busca transformar la realidad y el mundo e ir a la raíz o causas de
las injusticias y opresiones que sufre la humanidad, los pobres y
excluídos del mundo.
Una mística y fe desde la razón compasiva y el principio de misericordia, que hace memoria del sufrimiento y de las víctimas de la historia. Una contemplación en la acción por la justicia y la liberación integral
con los pobres de la tierra. Una mística comunitaria y social que busca
las mediaciones culturales, políticas y económicas que posibiliten ir alcanzando el servicio y bien más (magis) universal, pleno. Es pues una espiritualidad profética del anti-imperialismo,
de la lucha por la paz y la justicia contra toda dominación e
injusticia, venga de donde venga. Tal como es, en nuestra época, el imperialismo internacional del dinero-mercado (capital), del neoliberalismo y capitalismo con sus ídolos del mercado y de la competitividad, de la riqueza (ser rico) y del poder, que es injusto e inhumano por naturaleza. Una espiritualidad del optimismo militante, de la esperanza comprometida que va realizando y anticipando ya la vida realizada, profunda que culmina en la vida plena y eterna, en el Dios que es Amor y Vida como se nos Revela en Jesús.
Extraído de Entreperentesis.org