martes, 28 de octubre de 2014

Una encrucijada eclesial

Una encrucijada eclesial
Termina la primera parte del sínodo sobre la familia. Los participantes vuelven a casa con un documento que han de trabajar seriamente, escuchar con hondura y meditar con seriedad. Un documento donde la apertura pastoral a las situaciones de muchas personas resulta patente (todo esto por lo que se dice y va trascendiendo, pues hay que leerlo despacio antes de lanzarse a interpretarlo, jalearlo o ponerle pegas, que de todo habrá). Nos encontramos en una encrucijada eclesial. Vamos a asumir que todos, en la Iglesia, queremos llegar al mismo sitio –una sociedad donde la apertura a la trascendencia, la dignidad profunda y el respeto a las personas, la justicia que nace de la fe y el amor como lógica vital, sea lo que configure convivencia y relaciones entre personas y pueblos–. Sin embargo, aunque ese sea el destino, los caminos parecen muy diferentes: aferrarse a la ley como tabla de salvación, o «arriesgarse» a la misericordia cuando nos hace caminar sobre suelo incierto. El juicio moral genérico, o la mirada pastoral a la situación única de cada persona. La garantía de «lo que siempre ha sido así» o la apertura a «la novedad de Dios» de la que hablaba el Papa Francisco en su homilía al final del sínodo.
Estamos en un momento interesante, bonito y lleno de posibilidades. Un momento en el que, si de verdad creemos en el equilibrio entre comunión y diversidad, deberíamos percibir lo que ocurre como oportunidad y no como amenaza. Sin enzarzarnos en los discursos huecos y enfrentamientos inútiles que parecen tan al día en todos los frentes. Sin entrar al trapo de conspiraciones, frentes y alaridos. Escuchando, juntos, lo que el espíritu suscita en nuestro mundo. Tratando de acertar, desde la humildad de quien sabe que ninguno poseemos la sabiduría absoluta.
Personalmente, me siento agradecido y esperanzado, ante la sensibilidad que han reflejado en sus votaciones la mayoría de los participantes en el sínodo. Hace ya nueve años, cuando fue elegido Papa Benedicto XVI, escribí una carta desde tierra de nadie. (ver). Y no puedo menos que sentir la alegría profunda al seguir percibiendo, años después, que es tierra de tantos. Creo que los pasos que se apuntan tras el sínodo, de apertura, reconocimiento de distintas situaciones, comprensión de la complejidad de vidas e historias y valoración de cada persona en lo que es, es un camino necesario y reconocible en la manera en que Jesús pasó por este mundo. Y en ello estamos.
  • José Mª R. Olaizola sj