Habla el silencio y cesan las melodías. Y no porque estemos de luto sino
porque necesitamos un espacio para la reflexión y la contemplación del
drama de Cristo: ha muerto por nosotros en una cruz.
Como Judas, miramos desde lejos al Señor. ¡Te
he vendido, mi Señor ¡ Sin darme cuenta o siendo consciente de ello te
empujé a subir a la cruz con mi cobardía o mi afán de oportunidades.
Sí, mi Señor. Somos como ese apóstol que, teniendo a Dios delante de sus
ojos, pudo más su apego al ruido del dinero, su servicio al poder que
su fidelidad al que tanto había compartido contigo. Déjanos, Señor, ver
tu cruz por lo menos desde lejos. También nosotros, en estas horas de
generosidad y de entrega, sentimos que te olvidamos frecuentemente. Que
el precio por el que te cambiamos es a veces mucho menor que aquel por
el cual te traicionó el apóstol ingrato.
Como Pedro, necesitamos querer tu cruz. Porque,
como Pedro, también constantemente te negamos. Porque no queremos ver
la cruz en el horizonte de nuestra vida. Porque, incluso como Pedro en
el Tabor, quisiéramos una vida sin lucha, sin sufrimiento. Un Dios que
se desentendiera de los padecimientos de la humanidad.
Hoy, Señor, al contemplar tu cruz en este Viernes Santo….vemos que no
hay tres negaciones escritas en sus dos maderos. Que, en ellos, se
encuentran cinceladas y a millones las contradicciones de nuestra vida
cristiana, nuestra tibieza a la hora de dar nuestra cara por ti, nuestro
arrojo con las cosas del mundo y nuestra timidez para con las cosas de
tu Reino. ¿Nos dejas contemplar como Pedro, desde lejos Señor, tu Santa
Cruz?
Como Juan, permítenos estar debajo de tu cruz. Porque,
también como Juan, necesitamos recostar nuestra cabeza ya no en tu
pecho sino sentir la sangre que baja con fuerza por su madero. Como
Juan, oh Jesús, también pretendemos el cielo (un puesto a tu derecha o a
tu izquierda) sin mayor esfuerzo que una petición como contraprestación
a nuestra amistad contigo.
Sí, Señor. Déjanos como Juan, tu preferido, recibir al pie de la cruz
–además del regalo que nos aguarda en la mañana de Pascua- a esa Madre
que nos invita a estar firmes y en guardia hasta el día en que tú, de
nuevo regreses para llevarnos contigo, para darnos nueva vida, para
resucitarnos a una vida gloriosa y resucitada.
Como a María, admítenos por lo menos unos minutos para ser testigos de tanta pasión y de tanto desgarro. Porque,
como María, también quisiéramos ser centinelas de tu amor que, en la
cruz, lejos de morir se convertirá en semilla de eternidad para todos
nosotros. Déjanos, oh Cristo, al pie de la cruz formar parte de la
incipiente Iglesia, ser hijos de María y recibirla como Madre que
permanece fiel, silenciosa fuerte y solidaria para acompañarnos en las
noches oscuras del alma.
Javier Leóz