
Aquella noche me picaba la curiosidad. Abundaban los comentarios
alarmistas y el ambiente estaba enrarecido; se hablaba con insistencia
de su detención inminente. Yo mismo había detectado movimientos extraños
por los alrededores del huerto. ¿Sabían quizá que aquella noche iba a
venir?. No sería de extrañar; no era ningún secreto que le gustara aquel
sitio. Yo, por lo que pudiera ocurrir, me propuse seguir el desarrollo
de las circunstancias de cerca, pero discretamente.
Jesús y sus discípulos llegaron a primera hora de la noche; iban silenciosos, como apesadumbrados, entorno a él. Apenas llegados, Él se retiró a un corro de olivos y se puso a orar sobre una gran piedra. También ellos parece que se disponían a orar pero al poco rato andaban todos adormilados por no decir dormidos. Sin duda pesaba la hora y la cena.
Creo, sinceramente que Él lo pasó muy mal aquella noche en el huerto. Se le veía tenso y ansioso, y de vez en cuando se pasaba la mano por la frente como limpiándose un sudor espeso. Me hubiera gustado espiar con detalle todos sus movimientos, pero al poco rato empecé a notar un trajín sospechoso por la parte opuesta a la entrada. Como si anduviera por allí gente queriendo entrar. !Ya lo creo que había gente!; cuando me quise dar cuenta se había formado cola para entrar en el huerto: un tropel de soldados y de paisanos preparados con estacas, espadas y antorchas.
Cuando reconocí a Judas al frente de aquel piquete, me temí lo peor. Y lo peor ocurrió. Vi perfectamente cómo Judas se acercaba a Él y como le besaba la mejilla. Y por cierto que yo no acertaba a interpretar desde mi escondrijo el sentido de aquel beso...
Yo a Judas le tenía calado. Iba y venía demasiado y su mirada era demasiado huidiza como para no infundir sospechas; además, pertenecía a un grupo extremista antirromano; parece ser que le había reprochado a Jesús su actitud demasiado respetuosa con la autoridad civil. Cuando le vi darle el beso creí que se había reconciliado con Él; no me cabía en la cabeza que, precisamente con un beso entregara a Jesús. Parece ser que los Sacerdotes del Templo habían conseguido engañar a Judas haciéndole creer que simplemente le iban a dar un escarmiento; luego se dio cuenta de su gran error pero... ya era demasiado tarde.
Mis buenos deseos respecto a la reconciliación entre Judas y Jesús pronto se aclararon en el peor de los sentidos; vi cómo Pedro tiraba de espada y le cortaba la oreja de un tajo a Malco, un siervo del Sumo Sacerdote. Se organizó un lío bastante considerable; Jesús reprendió a Pedro preguntándole: “¿es que no debo beber esta copa de amargura que el Padre me ha preparado?” Así que, lo último que vi, fue que se lo llevaban con las manos atadas a la espalda y dándole empujones.