El primer escritor que recogió la
actuación y el mensaje de Jesús lo resumió todo diciendo que Jesús
proclamaba la “Buena Noticia de Dios”. Más tarde, los demás evangelistas
emplean el mismo término griego (euanggelion) y expresan la misma
convicción: en el Dios anunciado por Jesús las gentes encontraban algo
“nuevo” y “bueno”.
¿Hay todavía en ese Evangelio algo que
pueda ser leído, en medio de nuestra sociedad indiferente y descreída,
como algo nuevo y bueno para el hombre y la mujer de nuestros días?
¿Algo que se pueda encontrar en el Dios anunciado por Jesús y que no
proporciona fácilmente la ciencia, la técnica o el progreso? ¿Cómo es
posible vivir la fe en Dios en nuestros días?
En el Evangelio de Jesús los creyentes
nos encontramos con un Dios desde el que podemos sentir y vivir la vida
como un regalo que tiene su origen en el misterio último de la realidad
que es Amor. Para mí es bueno no sentirme solo y perdido en la
existencia, ni en manos del destino o el azar. Tengo a Alguien a quien
puedo agradecer la vida.
En el Evangelio de Jesús nos encontramos
con un Dios que, a pesar de nuestras torpezas, nos da fuerza para
defender nuestra libertad sin terminar esclavos de cualquier ídolo; para
no vivir siempre a medias ni ser unos “vividores”; para ir aprendiendo
formas nuevas y más humanas de trabajar y de disfrutar, de sufrir y de
amar. Para mí es bueno poder contar con la fuerza de mi pequeña fe en
ese Dios.
En el Evangelio de Jesús nos encontramos
con un Dios que despierta nuestra responsabilidad para no desentendernos
de los demás. No podremos hacer grandes cosas, pero sabemos que hemos
de contribuir a una vida más digna y más dichosa para todos pensando
sobre todo en los más necesitados e indefensos. Para mí es bueno creer
en un Dios que me pregunta con frecuencia qué hago por mis hermanos.
En el Evangelio de Jesús nos encontramos
con un Dios que nos ayuda a entrever que el mal, la injusticia y la
muerte no tienen la última palabra. Un día todo lo que aquí no ha podido
ser, lo que ha quedado a medias, nuestros anhelos más grandes y
nuestros deseos más íntimos alcanzarán en Dios su plenitud. A mi me hace
bien vivir y esperar mi muerte con esta confianza.
Ciertamente, cada uno de nosotros tiene
que decidir cómo quiere vivir y cómo quiere morir. Cada uno ha de
escuchar su propia verdad. Para mí no es lo mismo creer en Dios que no
creer. A mí me hace bien poder hacer mi recorrido por este mundo
sintiéndome acogido, fortalecido, perdonado y salvado por el Dios
revelado en Jesús.
J. A . Pagola