En la cuneta de un camino solitario yace
un ser humano, robado, agredido, despojado de todo, medio muerto,
abandonado a su suerte. En este herido sin nombre y sin patria resume
Jesús la situación de tantas víctimas inocentes maltratadas injustamente
y abandonadas en las cunetas de tantos caminos de la historia.
En el horizonte aparecen dos viajeros:
primero un sacerdote, luego un levita. Los dos pertenecen al mundo
respetado de la religión oficial de Jerusalén. Los dos actúan de manera
idéntica: “ven al herido, dan un rodeo y pasan de largo”. Los dos
cierran sus ojos y su corazón, aquel hombre no existe para ellos, pasan
sin detenerse. Esta es la crítica radical de Jesús a toda religión
incapaz de generar en sus miembros un corazón compasivo. ¿Qué sentido
tiene una religión tan poco humana?
Por el camino viene un tercer personaje.
No es sacerdote ni levita. Ni siquiera pertenece a la religión del
Templo. Sin embargo, al llegar, “ve al herido, se conmueve y se acerca”.
Luego, hace por aquel desconocido todo lo que puede para rescatarlo con
vida y restaurar su dignidad. Esta es la dinámica que Jesús quiere
introducir en el mundo.
Lo primero es no cerrar los ojos. Saber
“mirar” de manera atenta y responsable al que sufre. Esta mirada nos
puede liberar del egoísmo y la indiferencia que nos permiten vivir con
la conciencia tranquila y la ilusión de inocencia en medio de tantas
víctimas inocentes. Al mismo tiempo, “conmovernos” y dejar que su
sufrimiento nos duela también a nosotros.
Lo decisivo es reaccionar y “acercarnos”
al que sufre, no para preguntarnos si tengo o no alguna obligación de
ayudarle, sino para descubrir de cerca que es un ser necesitado que nos
está llamando. Nuestra actuación concreta nos revelará nuestra calidad
humana.
Todo esto no es teoría. El samaritano del
relato no se siente obligado a cumplir un determinado código religioso o
moral. Sencillamente, responde a la situación del herido inventando
toda clase de gestos prácticos orientados a aliviar su sufrimiento y
restaurar su vida y su dignidad. Jesús concluye con estas palabras. “Vete y haz tú lo mismo”.
José Antonio Pagola