«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5, 8)
Los ojos abiertos, y los
sentidos alerta. No hay que mitificar lo novedoso, del mismo modo que
no debemos minusvalorar la vida cotidiana; pero lo cierto es que el
cambio de actividad, de rutinas, de ritmos y tal vez incluso de
preocupaciones nos brinda una oportunidad grande. El
estudiante, por unas semanas, aparca los libros. El trabajador se
aleja de la oficina, la fábrica o el taller. Los horarios se
suavizan. El profesor descansa de sus alumnos (y viceversa). Y al
abrirse a espacios nuevos surge la posibilidad de recuperar la
atención por las cosas que normalmente están arrinconadas por la
prisa, la urgencia o la tarea.
En este contexto, le pido a
Dios que me ayude, en mi verano, a dejarme cautivar por las
cosas importantes. Que me deje dedicar tiempos de calidad a
los míos. Que me acompañe la risa profunda, y el descanso
verdaderamente lo sea. Le pido a Dios que venga conmigo en este
tiempo, como compañero, amigo, guía… en las horas de reposo.
Extraído de Pastoralsj.org