La Palabra de Dios de este domingo recoge la tercera catequesis mistagógica que en la Iglesia primitiva se le ofrecía a aquellos que iban a ser bautizados y a incorporarse a la Iglesia como cristianos. Son catequesis que nos hablan de Cristo como nuestro Señor y Salvador, en quien tenemos puesta toda nuestra esperanza, una esperanza que no defrauda: Cristo es el agua viva que salta hasta la vida eterna (encuentro con la samaritana); Cristo es la luz del mundo que ilumina a quien camina en tinieblas (curación del ciego de nacimiento); Cristo es la resurrección y la vida que ha vencido al pecado y a la muerte (resurrección de Lázaro).
“Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque haya muerto vivirá y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre ¿Crees esto?” De esta manera Jesús interpela a Marta, abatida por la muerte de su hermano que acaba de reprocharle a Jesús que si hubiera estado allí, su hermano no habría muerto.
La enfermedad, el sufrimiento y la muerte son un desafío constante para nuestra fe, porque siendo Dios omnipotente permite que esas experiencias tan dolorosas y dramáticas sucedan en la vida de los seres humanos. En estos momentos y ante el acontecimiento que a todos nos afecta de la pandemia que estamos sufriendo, las noticias de la muerte de tantos, las angustias de los enfermos y de sus familias y la incertidumbre por el futuro que nos llegan a través de tantas noticias e informaciones nos embargan. Podríamos hacer nuestro el comienzo del salmo de este domingo. “Desde lo hondo a ti grito Señor; Señor escucha mi voz, estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica”.
La respuesta la encontramos en el evangelio: “esta enfermedad no acabará en la muerte”. En estos momentos nuestro compromiso cristiano es con la vida y la salud, colaborando en todo lo que nos sea posible para evitar la propagación de la enfermedad, tomando todas las precauciones para que desaparezca lo antes posible esta amenaza a la vida y a la salud de tantos hermanos nuestros. Pero ante la realidad de la pérdida de la vida que se produce por desgracia y sobre todo en los más vulnerables, enfermos y ancianos, nuestra respuesta no puede ser la resignación y la fatalidad. “¿Crees esto?”, es la pregunta de Jesús, “¿crees en la vida eterna, en el cielo que nos espera como la meta última y gozosa de nuestra vida?
En nuestra sociedad, incluso en muchos creyentes esta esperanza que es la que da todo el sentido a nuestra vida está muy oscurecida por una cultura que sólo cree en lo que puede ver, en lo que puede tocar, en lo que tiene al alcance de la mano. Somos ciudadanos del cielo y nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. El tiempo de Cuaresma nos recuerda que somos peregrinos, un pueblo que camina por el mundo pero que tiene su esperanza en el cielo, en la Tierra prometida. En estos momentos que son de incertidumbre, de dudas y tantas veces de preocupación por el futuro y de dolor por el presente, sin duda que nuestra fe es puesta a prueba. Más aún cuando, por las circunstancias actuales, no podemos acceder a la gracia de los sacramentos ni a compartir la fe como comunidad. Pero sí podemos, como nos recordaba el papa el viernes pasado, mantener encendida la lámpara de nuestra oración y atender a los más necesitados como lo sigue haciendo nuestra Cáritas parroquial.
San Ignacio de Loyola tiene una frase llena de sabiduría que ahora más que nunca nos ayuda a afrontar las dificultades y desafíos en los que nos encontramos: “haz todas las cosas como si todo dependiera de ti, pero confía sabiendo que en el fondo todo depende de Dios”. Hagamos lo que en cada día se nos presenta lo mejor que podamos, poniendo todo nuestro empeño, pero no dejemos que todo aquello que no podemos controlar nos angustie ni nos robe la paz porque en el fondo todo está en las manos de Dios. Estamos todos y siempre en manos de Dios, en el presente y en el futuro, en esta vida y en la que está por llegar, la que se inauguró con la Pascua del Señor, la que Él nos ha obtenido al precio de su sangre preciosa. Así que “ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni el presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra criatura nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Cristo nuestro Señor”. ¿Crees esto? Nos pregunta hoy Jesús; “Sí Señor yo creo” respondemos como Marta, aún con el dolor y la incertidumbre, “creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.
Ignacio Gaztelu
Párroco de Madre de Dios
