Desde el centro juvenil he escuchado muchas veces que tenemos que buscar el “sentido de nuestra vida” o “lo que Dios quiere de cada uno de nosotros”. Eso que otras veces se han referido como vocación. ¡Cuántas veces me han hablado de la vocación! ¡Y cuántas he hablado yo después cuando he sido acompañante!. Y ahora puedo decir, porque así lo siento, que la vocación se va descubriendo a medida que te vas conociendo, como persona y desde lo más profundo, donde está Dios.
“mi vocación era la de ponerme al servicio del que sufre”
Poco a poco, como digo, descubrí que mi vocación era la de ponerme al servicio del que sufre. Y de esta manera, mi forma de concretarla fue a través de la medicina. Fue un verano en Honduras con casi 17 años, donde y cuando decidí estudiar medicina. Acompañé a mis tíos, que estuvieron viviendo allí 10 años, y que iban a visitar a la gente que había sido su familia todo ese tiempo. Entre ellos estaba Julio, un médico hondureño que pasaba consulta en el pueblo y sus aldeas. Un día me preguntó si quería acompañarle y accedí. Al estar allí con él, mi corazón no paraba de decirme: “algún día yo quiero hacer lo que él está haciendo”.
Durante los años en el centro juvenil y después en la universidad, busqué otras maneras de concretar esta inquietud. Residencia de ancianos, chavales con discapacidad, voluntaria en ambulancias, BASIDA, trabajo con niños en Guinea Ecuatorial… todas ellas han sido experiencias de las que he aprendido mucho y que me han hecho crecer como persona.
Pero en los últimos dos años, a raíz de la crisis migratoria por el conflicto en Siria, para mí era imposible estar en paz en el sofá mientras salían noticias terribles un día tras otro, tanto en la televisión como prensa. Algo que poco a poco fue calando en mí hasta que vi un documental sobre la labor de una ONG española (PROACTIVA OPEN ARMS) que llevaba a cabo en el Mediterráneo central. En ese momento todo se removió.
Tres veces fueron las que vi el documental en cuestión de 10-15 días. Y muchas lágrimas. Vivo muchas situaciones difíciles en el hospital (trabajo en una UCI), pero nada me había tocado ni me había hecho llorar tanto de impotencia y rabia como aquel documental. Después de verlo por tercera vez durante una reunión con el grupo que he acompañado este curso, durante la oración, decidí escribir a la ONG y ofrecerme. No sabía muy bien qué podía aportar, pero así lo hice. Dos días después ya tenía fecha para embarcarme: 29 Mayo. Tres meses después de esa fecha y tras dos misiones a bordo, puedo decir que ha sido desbordante. (1119 personas llevadas a puerto, 758 más rescatadas que transferimos a otro barco…)
Desbordante a todos los niveles y difícil de poner en palabras.
“todo se removió… ha sido desbordante…”
A nivel personal ha sido un regalo descubrir un equipo humano maravilloso con un recorrido vital del que sólo puedes aprender. De repente un grupo de personas que no se conocen de nada, de todas las edades y procedentes de muchos sitios, se juntan 15 días (por misión) en un barco con un mismo objetivo. 15 días de convivencia en los compartes camarote, duchas, cocinas, limpias, haces guardias y tienes que aprender en tiempo record a trabajar de manera coordinada y efectiva en el rescate y acogida de cientos de personas. Y lo maravilloso es que sale.
Y a nivel profesional, pues sólo puedo decir que en estos días en alta mar me he reconciliado con la medicina. Esa medicina que descubrí en Honduras hace 16 años. Sencilla, cercana, de contacto. Sin necesidad de grandes avances tecnológicos. El momento del rescate es muy intenso. La prioridad es subirles cuanto antes al barco. Para mí el momento de recibirles a medida que van subiendo es de los más bonitos. Sus caras pasan del miedo y de la angustia tras horas en la oscuridad de la noche, en medio del mar, a la de alegría y agradecimiento por sentirse salvados.
Por suerte la mayoría de personas que atendí fueron por cosas menores. Menores en ese momento, pero muchas reflejo de lo que traían consigo. Heridas mal curadas por palizas recibidas. Dolores musculares por fracturas mal curadas. Quemaduras químicas por la mezcla de la gasolina y el agua del mar durante el viaje en la barca. Embarazadas fruto de la violación. Eran más graves las heridas del alma que las físicas.
En las 24-36h que pasaban a bordo hasta llegar a puerto, la locura de la logística me dejaba poco tiempo para sentarme a hablar con ellos, pero cuando pude hacerlo, fue tan intenso que en ocasiones me sentía bloqueada sin saber qué decirles. ¿Qué le dices a una chica de 24 años que se ha visto obligada a salir de su país porque vio morir a su hermana y su madre a manos de Boko Haram? Y tras ello te cuenta que viajó durante mes y medio por el desierto hasta llegar a Libia, donde trabajó año y medio como esclava en una casa donde fue maltratada y violada e incluso quemada con una plancha. Estaba embarazada de 2 meses. Cuando nos contaba a otra voluntaria y a mí todo esto, sólo nos salía mostrarle cariño y contacto humano. No hay palabras cuando alguien te cuenta algo así. O yo, al menos, no las tenía. Y esta chica, agradecida, no paraba de repetirnos que éramos buenas. En un intento de decirle que tal vez lo que le esperaba en Europa no era la tierra prometida que se pudiera imaginar, ella nos preguntó:
“¿pero en Europa te matan?”. Nosotras respondimos: ”no, eso no”. Y ella contestó: “ah, entonces todo bien”
En ese momento me di cuenta que vivimos otra realidad a la de estas personas, con otro umbral de prioridades en la vida. Y a partir de ese momento uno no se queda indiferente, porque poner rostro a esto, duele.
Y los niños, muchos, demasiados. Nadie debería de pasar por esto, pero mucho menos los niños. Desde pocos días de vida (20 días) a pocos meses, un año, cuatro, doce…da igual la edad, pero ya han vivido algo que jamás viviré yo o cualquiera de nosotros. Niños que tras unas pocas horas a bordo y tras darles un globo o ponerles música, son capaces de ser la mayor alegría. Y contagian al resto.
Estos momentos son los que me guardo en el corazón. Yo los llamaba “momentos de celebración de la vida”. Por un instante veía que niños y mayores, de muchas nacionalidades y religiones, eran capaces de dejar atrás lo vivido y sonreír, disfrutar. Casi con toda seguridad puedo decir, que por primera vez en mucho tiempo (algunos más de uno y dos años), eran tratados como personas con dignidad y cariño.
“…después de todo, siguen confiando en Dios!”
Otra cosa que me ha hecho pensar mucho es escucharles dar gracias a Dios tras ser rescatados. ¡Qué fe más grande y fuerte que después de todo, siguen confiando en Dios! Y qué maravilloso ver cómo distintas culturas, religiones y procedencias, pueden convivir bajo un mismo techo (barco) y ayudarnos en las necesidades más básicas. Allí no hace falta nada más que comer, dormir y la compañía del que tienes al lado. Sentí que todo éramos hijos de un mismo Dios.
“Seamos la voz de los que no la tienen,
y que nuestro corazón no se quede indiferente ante esta realidad”
Pero también he vuelto con decepciones y sinsabores. Principalmente institucionales y políticas. No puede ser que la Europa donde vivimos permita todo esto. No puede ser que como ciudadanos y cristianos nos quedemos sentados. Decía un compañero en una entrevista: “si Jesucristo volviese otra vez, estaría en un barco como el nuestro trabajando por los desheredados del mundo”. Hay muchas cosas que cambiar en este mundo y muchas las luchas, pero yo siento que ahora este es mi sitio. Siento que hay que defender el primer derecho de todos, que es el derecho a la vida. Sin él, el resto deja de tener sentido.
Yo ya he puesto rostro a estas personas, con nombre y apellidos. Personas que pasan a ser números en cuanto pisan suelo italiano. Que literalmente no tienen nada más en la vida que su propia vida. Algunos incluso no tienen ni ropa. No tienen nada. Yo no sabía lo que era esto antes. No es que sean pobres como la gente que conocí en Honduras o Guinea. No. Es que no tienen nada. Absolutamente nada.
Y esto a mí personalmente me descoloca. Nos quejamos de cosas tan banales y superficiales. Es un bofetón tan grande que no te puede dejar indiferente.
Seamos la voz de los que no la tienen, y que nuestro corazón no se quede indiferente ante esta realidad. Que no nos pongan ni nos pongamos una venda en los ojos. Seamos revolucionarios como Jesús lo fue, al lado de los desheredados del mundo.
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