La liturgia pascual nos sirve este domingo un evangelio muy rico en vivencias y emociones. Tanto que imagino a los discípulos en shock, “flipando en colores”, o más bien quedándose en blanco ante el impacto de lo que va sucediendo. Están nostálgicos, con el miedo pegado a las entrañas, todos juntos reunidos en domingo, el día del Señor de ahora en adelante y… de repente Jesús se pone en medio ¡¡deseándoles la paz!! A ellos, que habían sido unos cobardes, que habían negado y abandonado al Maestro. Jesús aparece en medio, de blanco, como una persona nueva, sin resquemor, sin sombras, consciente de aquellos duros momentos vividos pero asumiendo el trauma y la vergüenza de los amigos. Ahora solo les desea paz y sus amigos se llenan de alegría, ¡como para no quedarse en blanco! El evangelista Lucas dirá que “no acababan de creer por la alegría” (Lc 24, 41) como si también la alegría les diera miedo, como si se hubieran quedado paralizados y atónitos… imposibilitados para creer lo que estaba sucediendo.
Pero hay más movimiento todavía para hoy. Tomás se había perdido este alucinante espectáculo: los demás han visto al Señor y él no: ¡eso es imposible!, -dice-, tengo que comprobarlo por mí mismo… Y así ocurre, Jesús se lo pone en bandeja. Nuevamente con las puertas cerradas se pone en medio y reclama el dedo, la mano de Tomás, para comprobar el agujero de los clavos y la lanza.
No seas incrédulo Tomás (o como quiera que te llames). Sé tú de los que creen sin haber visto, aunque te traicione tu mente y se resista a creer lo que parece imposible: que está vivo, que la muerte no tiene en ninguna vida la última palabra, que hay salida siempre.
Después de los momentos de shock en que nos quedamos como en blanco, agobiados, temerosos, sin capacidad de reacción por algo que nos supera, podemos ver a Jesús ponerse en medio del miedo y anunciarnos la paz que supera toda expectativa. ¿No es estupendo?
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