Detrás del ya conocido Caravaggio se esconde otro de los grandes pintores que dominaron la luz y la oscuridad de forma excepcional, Georges de La Tour. Concentrada, María Magdalena fija sus ojos en una humilde lámpara que da luz a todo lo que le rodea desvelándonos cómo se dispone su cuerpo en torno al calor de esta llama. La calavera apoyada en sus rodillas alude a la muerte mientras que la vela se presenta como su opuesto, la vida. Como si se tratase de una batalla, luz y sombra compiten por el protagonismo del cuadro como sucede en las obras marcadas por el estilo tenebrista. Muerte y vida. Dos fuerzas que no son nada la una sin la otra. La vida perdería sentido si omitimos un fin como la muerte y ésta no podría llevarse a nadie sin antes haberle permitido vivir.
Mi reflexión a través de esta imagen y este personaje es inabarcable en estas líneas pero hay algo que no quiero ahorrarme escribir. Hace unos días asistía al cementerio para despedir a una persona muy querida por mi familia y por mí. Nunca había visto tanta gente reunida para lanzar un último adiós y todos estábamos allí para hacerlo, pero sobre todo para dar gracias por la vida de Mari. Durante la eucaristía se recordaron muchas historias sobre ella, lo último que nos dejaba era una herencia irrechazable: que nada te haga perder la sonrisa. La fortuna de que mañana despertarás te dará la oportunidad de hacerlo, así que aprovéchala.
Esta despedida me hizo hacerme unas duras preguntas: ¿Qué me gustaría que recordasen de mí cuando ya no esté? La incapacidad de entender que la muerte forma parte de nuestra vida y pone fin a nuestra historia en el mundo hace que nos olvidemos de lo importante que es vivir con alegría y gozo de estar así, vivo. Como una estrella fugaz que su naturaleza de ser efímera hace que sea aún más hermosa. Por este último brillar y por todas las luces que un día me iluminaron y por las que aún lo siguen haciendo, GRACIAS.
Gloria López
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