
En su travesía, el viajero vio algo que brillaba en la arena, se acercó y recogió entre sus manos una especie de pedazo de metal sucio. Lo limpió con sus dedos y resultó ser un trozo de espejo. Lo miró entre sorprendido y extrañado, ya que nunca antes había visto un espejo, y aunque se vio reflejado en él, no se reconoció.
–¡Que horror! –exclamó– ¡Qué feo! ¡No me extraña que lo hayan tirado!
Y arrojó de nuevo el espejo al suelo, prosiguiendo su camino.
(...)
Cuántas veces vemos en el otro lo que somos.
Cuántas veces el otro nos hace de espejo sin que seamos conscientes de ello.
Con cuánta frecuencia proyectamos al mundo lo que tenemos encima sin darnos cuenta.
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