jueves, 4 de mayo de 2017

Partículas de formación... El Concilio Vaticano II (III)

b) La Iglesia "ad intra"
En vísperas del Vaticano II la Iglesia católica necesitaba una doble reforma para resolver los dos contenciosos que tenía con el mundo moderno y con las Iglesias protestantes. De una parte se necesitaba un giro profundo en las relaciones ecuménicas y de otra era imprescindible reconciliarse con el mundo y ponerse a su servicio. Para cumplir estas dos exigencias era necesario asimismo reformar la Iglesia desde un punto de vista pastoral, a juzgar por los problemas que tenía planteados: alianza con los poderes y poderosos en régimen de cristiandad; curia vaticana burocratizada, autoritaria y centralizadora; liturgia oficial congelada; dogmatismo a ultranza y moral rígida; distanciamiento con las otras Iglesias y desconfianza del ecumenismo; uniformidad pastoral y occidentalización del pensamiento cristiano.
Al mismo tiempo habían surgido diversos movimientos católicos de renovación. Sin embargo, esta renovación no se había mostrado del mismo modo en todos los países y en todos los ámbitos. Incluso se podían detectar antes del concilio -opina G. Alberigo- "síntomas manifiestos de un malestar profundo y extendido, producido por un retraso histórico cada vez más insoportable" (La recepción del Vaticano II, 34).
El principal objetivo del Vaticano II consistió en reformar la Iglesia para convertirla en un instrumento pastoral más eficaz respecto del mundo contemporáneo. Este reajuste se denominó aggiornamento. Juan XXIII, al inaugurar el Concilio (11.10.1962), expresó la necesidad de introducir "oportunas correcciones" en la Iglesia, de acuerdo "a las exigencias actuales y a las necesidades de los diferentes pueblos". Pablo VI, al comenzar la segunda sesión del Vaticano II (29.9.1963), manifestó que es "deseo, necesidad y deber de la Iglesia darse finalmente una más meditada definición de sí misma".
La constitución Lumen gentium es la "Carta magna" del Vaticano II, aunque, de hecho, todos los documentos conciliares abordan de un modo u otro el misterio de la Iglesia. La eclesiología es el centro del Vaticano II. "Se ha dicho -escribe el cardenal Suenens- que, al invertir el capítulo, inicialmente previsto como tercero, para ponerlo como segundo, es decir, tratar primero del conjunto de la Iglesia como pueblo de Dios y a continuación de la jerarquía como servicio a este pueblo, hemos hecho una revolución copernicana" (Concilium 60 bis, 1970, 185). Algunos teólogos (M. Schmaus, P. Smulders, H. Mühlen, etc.) consideran que la decisión dogmática más importante del Concilio ha sido la de designar a la Iglesia sacramento universal de salvación. Y. Congar piensa que los grandes temas eclesiológicos del Concilio son "sacramento universal de salvación", "pueblo de Dios", "jerarquía-servicio", "colegialidad" e "Iglesia particular". Las afirmaciones eclesiológicas conciliares más importantes son éstas: la Iglesia se entiende en clave de comunión, es "el pueblo de Dios", es "sacramento universal de salvación", está en función del mundo y es Iglesia particular y universal.
El campo teológico más discutido en la primera etapa del posconcilio ha sido el de la eclesiología. Poco después de la conclusión del Concilio en 1965 se afirmó, con razón, que se había producido una nueva conciencia o imagen de la Iglesia como consecuencia de profundas transformaciones en la eclesiología. Posteriormente los teólogos conservadores pretenden rebajar la importancia eclesiológica del Vaticano II, con objeto de no ensombrecer los aportes del Vaticano I. Pero en general, incluso los teólogos más conservadores, todos reconocen el significado eclesial del Concilio.
Este mensaje eclesial se encuentra, sobre todo, en las cuatro constituciones, de las cuales dos son "dogmáticas" (Lumen gentium y Dei Verbum), una "pastoral" (Gaudium et spes) y otra denominada simplemente "sobre la sagrada liturgia" (Sacrosanctum concilium), que en realidad también es pastoral. Del estudio de las cuatro constituciones del Vaticano II se desprende que la Iglesia es entendida por el Concilio como Pueblo de Dios (Lumen gentium) que vive en comunión de fe (Dei Verbum), de culto (Sacrosanctum concilium) y de servicio (Gaudium et spes). El título de la relación final del cardenal Daneels, aprobada en el segundo sínodo extraordinario de 1985, convocado para evaluar el Vaticano II a los veinte años de su celebración, resume dichas constituciones y el mensaje del Concilio con esta fórmula lapidaria: "La Iglesia (LG), bajo la palabra de Dios (DV), celebra los misterios de Cristo (SC) para la salvación del mundo (GS)" (“Ecclesia, sub Verbo Dei, mysteria Christi celebrans, pro salute mundi”). Visto de otro modo, las constituciones sobre la Palabra de Dios y la liturgia giran en torno a las fuentes de la fe, en tanto que las otras dos, referidas a la Iglesia, contemplan la fe ad intra, es decir, en el mismo Pueblo de Dios, y ad extra, a saber, en el mundo.
c) La Iglesia "ad extra"
En el discurso de apertura de la segunda sesión (29.9.1963), afirmó Pablo VI que el Concilio "tratará de tender un puente hacia el mundo contemporáneo... Que lo sepa el mundo: la Iglesia lo mira con profunda comprensión, con sincera admiración y con sincero propósito, no de conquistarlo, sino de servirlo; no de despreciarlo, sino de valorarlo; no de condenarlo sino de confortarlo y salvarlo". Recordemos que el mundo era en los catecismos preconciliares uno de los enemigos del alma. En el último discurso de Pablo VI para clausurar el Concilio (7.12.1965), afirmó el Papa que el Vaticano II "ha tenido vivo interés por el estudio del mundo moderno". Junto a la palabra mundo, el Concilio ha pronunciado repetidas veces los términos "sociedad" e "historia". "Tal vez nunca como en esta ocasión —dijo Pablo VI en el citado discurso—ha sentido la Iglesia la necesidad de conocer, acercarse, comprender, penetrar, servir y evangelizar a la sociedad que la rodea y de seguirla; por decirlo así, de alcanzarla en su rápido y continuo cambio". Efectivamente, por primera vez un concilio ha tenido en cuenta la realidad concreta de la historia en la sociedad y en el mundo.
El Vaticano II sitúa a la Iglesia en el mundo, no fuera del mismo, de tal modo que hace suyas las aspiraciones de la humanidad, acepta la autonomía de las realidades temporales y dialoga con la cultura moderna. Evidentemente el mundo del Concilio era sobre todo, aunque no exclusivamente, el de la modernidad y la ilustración. De hecho, la constitución Gaudium et spes favoreció un cambio profundo de relaciones entre la Iglesia y el mundo al superar la actitud católica antimodernista. Precisamente después del Concilio han surgido las comisiones Justicia y paz con la preocupación de promover a los católicos en la justicia social y en la liberación. También ha ganado vitalidad la "doctrina social de la Iglesia", más diversificada, dialogante e involucrada en problemas como la discriminación racial, los derechos humanos y la corrupción a todos los niveles. A partir de Gaudium et spes, la fe aparece junto a la justicia, ha crecido la opción por los pobres y se ha impulsado la paz.

3. La recepción del Concilio

La eficacia de un concilio depende de su recepción, fase que sucede a su celebración. Precisamente a causa de la recepción, adviene después de cada concilio un periodo más o menos largo en el que se rechazan, silencian o asimilan las conclusiones formuladas. El Vaticano II ha producido diversas reacciones. Su recepción no ha sido idéntica en todas partes ni en todos los ámbitos cristianos.
a) Actitudes de rechazo
Según G. Alberigo, existe "una minoría agresiva que continúa interesándose por el Concilio para reducir su alcance y para denunciar sus efectos negativos. Paradójicamente, parecería que el Vaticano II hubiera suscitado una oposición aguerrida, sin encontrar, en cambio, defensores convencidos" (La recepción del Vaticano II, 18). La interpretación restringida del Vaticano II es propia de obispos pertenecientes a la minoría conciliar conservadora, de teólogos afines a las posiciones de la curia inmovilista y de movimientos fundamentalistas alejados de la renovación conciliar.

Los conservadores cismáticos no admiten las conclusiones del Vaticano II porque, según ellos, es concilio contrario a la tradición; por tanto no obliga. Los conservadores algo más ortodoxos, pero radicalmente fundamentalistas, afirman que no es un concilio dogmático sino pastoral; por tanto lo juzgan no vinculante. Finalmente, los conservadores nostálgicos objetan que el posconcilio ha sido un desastre a causa precisamente de las decisiones conciliares. La actitud más significativa de oposición radical al Vaticano II ha sido la de M. Lefébvre, cuyo pensamiento, actitud y decisiones le acarrearon en 1988 la excomunión. Prácticamente declaró herejes a Pablo VI y Juan Pablo II, juzgando asimismo que la Iglesia estaba, desde la muerte de Pío XII, en situación de "sede vacante".

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