En tiempos de dolores y de un mundo fragmentado, urge
cuidar y defender la alegría. A toda costa, y sin ahorrar ningún esfuerzo para
que la alegría se propague por doquier.
Por momentos parece que la alegría se nos escapara
entre las manos, como se escurre el agua. Qué duro es cuando nos abriga la
tristeza, el desánimo y el sinsabor. Muchos son los profetas de las tristeza:
noticias, estadísticas, gobiernos enemistados, suicidios, la III Guerra
mundial, nuevas pobrezas y exclusiones. ¡Cuánto ruido hace el mal y la
tristeza! Claro, a veces nos hundimos, como en agujeros negros, en tristezas
silenciosas, camufladas de buenas razones y del peso del monótono día a día.
Entonces, tendremos que armarnos de verdad y del
optimismo realista que aprendemos de Jesús. Sí, verdad, porque sabemos
que la fuerza de gravedad de nuestra existencia no ha sido ni serán las
tristezas. Así, contaremos las estrellas y respiraremos nuevo entusiasmo sin
importar cuán agitada sea la vorágine de nuestros afanes cotidianos. Ser
profetas de la alegría es ir contracorriente, combatir tanto pesadumbre y caras
largas, apasionarnos cada día más y hacer lío. La profecía se funda en la
capacidad de denunciar lo que no funciona de acuerdo a la música del reinado de
Dios, ahora bien, necesitamos del discernimiento para enterarnos de dónde está
surgiendo la alegría nueva querida por el Señor. Es preciso ver el mundo desde
la mirada de Dios y así irradiar gozo como el sol inunda el día.
Te has preguntado, ¿dónde están tus fuentes de
alegría?
Esteban
Morales Herrera, sj
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