miércoles, 29 de marzo de 2017

Dios nos da grandes regalos...

Mi primer gran regalo fueron mis padres, de quienes recibí una educación cristiana, y con quienes crecí dentro de la Iglesia Católica.

Después Dios me regaló unos hijos maravillosos. Y con ellos, una misión importante: trasmitirles esa educación que recibí de mis padres, trasmitirles mi fe en Dios, y guiarles en su crecimiento de manera que sea esa fe la que dé sentido a sus vidas.

Es una tarea maravillosa, pero en ocasiones difícil. No dejan de ser niños, aún inmaduros, para quienes el juego y el ocio son lo más importante en un día de fiesta. A veces me resulta cansino tener que sermonear a mis hijos todos los domingos por la mañana para convencerlos de lo importante que es ir a misa.
Sin embargo, hay momentos en que los niños nos sorprenden y nos demuestran que se nos hacen mayores, y que todos nuestros esfuerzos como padres merecen la pena.
El pasado domingo hemos vivido una experiencia inolvidable: Los niños que van recibir próximamente su Primera Comunión, han recibido el Sacramento de la Reconciliación, entre ellos mi hijo pequeño.
Él sabía perfectamente a lo que iba, sabía que era un día grande, puesto que por primera vez no ha protestado por ir a Misa, me ha dejado que le peine, se ha puesto camisa (siempre lleva camiseta) e incluso se ha echado colonia. Nada que ver con el ritual habitual de las mañanas de domingo.
Pero lo más importante, es que no sólo se preparó por fuera sino también por dentro. Había hecho su examen de conciencia, y lo llevaba escrito en un papel.
Anoche decía estar nervioso, pero en el momento en que escribió en un papel lo que quería decir, se encontró tranquilo. Y camino de la Iglesia, continuaba tranquilo. Prepararse para recibir este sacramento es lo que le dio paz. Un niño de 9 años me dio una gran lección: hay que prepararse antes de recibir un sacramento.
La emoción de verle acercarse al confesionario fue grande, un momento feliz que nunca olvidaré. Y lo mejor de todo fue, cuando al llegar a casa, le pregunté que cómo se sentía y me dijo “Bien, muy bien.”

También le pregunté qué consejo le daría a los niños que nunca se han confesado, y contestó: “que se confiesen para estar limpio de pecado, que te sientes guapo, te sientes el rey”.

Pero nuestra labor como padres estaría incompleta, sin esos maravillosos catequistas que dedican su tiempo y su esfuerzo a nuestros hijos. Así que termino este comentario, dándoles gracias, y pidiendo a Dios que les siga iluminando, porque les necesitamos, su labor dentro de la Iglesia es indispensable.

Marga

1 comentario:

  1. Precioso artículo. Padres: tenéis unos hijos magníficos, no olvidéis vuestra responsabilidad.
    Y a los catequistas....el cielo.

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