Mi primer
gran regalo fueron mis padres, de quienes recibí una educación cristiana, y con
quienes crecí dentro de la Iglesia Católica.
Después Dios me regaló unos hijos
maravillosos. Y con ellos, una misión importante: trasmitirles esa educación
que recibí de mis padres, trasmitirles mi fe en Dios, y guiarles en su
crecimiento de manera que sea esa fe la que dé sentido a sus vidas.
Es una tarea maravillosa, pero en
ocasiones difícil. No dejan de ser niños, aún inmaduros, para quienes el juego
y el ocio son lo más importante en un día de fiesta. A veces me resulta cansino
tener que sermonear a mis hijos todos los domingos por la mañana para
convencerlos de lo importante que es ir a misa.
Sin embargo, hay momentos en que
los niños nos sorprenden y nos demuestran que se nos hacen mayores, y que todos
nuestros esfuerzos como padres merecen la pena.
El pasado domingo hemos vivido una experiencia
inolvidable: Los niños que van recibir próximamente su Primera Comunión, han
recibido el Sacramento de la Reconciliación, entre ellos mi hijo pequeño.
Él sabía perfectamente a lo que
iba, sabía que era un día grande, puesto que por primera vez no ha protestado
por ir a Misa, me ha dejado que le peine, se ha puesto camisa (siempre lleva
camiseta) e incluso se ha echado colonia. Nada que ver con el ritual habitual
de las mañanas de domingo.
Pero lo más importante, es que no
sólo se preparó por fuera sino también por dentro. Había hecho su examen de
conciencia, y lo llevaba escrito en un papel.
Anoche decía estar nervioso, pero
en el momento en que escribió en un papel lo que quería decir, se encontró
tranquilo. Y camino de la Iglesia, continuaba tranquilo. Prepararse para recibir
este sacramento es lo que le dio paz. Un niño de 9 años me dio una gran
lección: hay que prepararse antes de recibir un sacramento.
La emoción de verle acercarse al
confesionario fue grande, un momento feliz que nunca olvidaré. Y lo mejor de
todo fue, cuando al llegar a casa, le pregunté que cómo se sentía y me dijo
“Bien, muy bien.”
También le pregunté qué consejo le
daría a los niños que nunca se han confesado, y contestó: “que se confiesen
para estar limpio de pecado, que te sientes guapo, te sientes el rey”.
Pero nuestra labor como padres
estaría incompleta, sin esos maravillosos catequistas que dedican su tiempo y
su esfuerzo a nuestros hijos. Así que termino este comentario, dándoles
gracias, y pidiendo a Dios que les siga iluminando, porque les necesitamos, su
labor dentro de la Iglesia es indispensable.
Marga
Precioso artículo. Padres: tenéis unos hijos magníficos, no olvidéis vuestra responsabilidad.
ResponderEliminarY a los catequistas....el cielo.