sábado, 14 de enero de 2017

Comentario Evangelio del domingo 15 de enero de 2017 - (II Tiempo Ordinario) Jn 1,29-34

Dibujo de Miguel Redondo
LLAMADA Y COMPROMISO: UNA MISMA REALIDAD
“Tú eres mi siervo de quien estoy orgulloso” (Is 49,3). “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” (Salmo 39,8-9). “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Con estas palabras, entresacadas de las lecturas de hoy, ya estaría el comentario más que acabado y muy claro, porque hablan por sí solas y no parece que necesiten de mucha explicación y profundización. ¿No crees?

El Siervo de Yahvé, Pablo apóstol por designio de Dios (1Cor 1,1) y Juan el Bautista, son llamados por Dios, elegidos por Dios para una misión concreta que ellos aceptan y se comprometen cumplir en todo momento y circunstancias. Y, Dios, está orgulloso de su siervo, del que acepta sus planes y los lleva adelante. ¿Estará Dios orgulloso de mí?
Estoy convencido que, esta confianza que Dios deposita en sus elegidos, produce seguridad y da fuerzas para afrontar la misión. Lo hemos dicho en otras ocasiones: cuando uno se siente querido y valorado por aquellos que te rodean, uno es capaz de afrontar con entusiasmo cualquier misión, porque sientes que no estás solo ni abandonado. Esta es nuestra experiencia profunda a la que, -como comentábamos el domingo anterior-, estamos llamados, para dar testimonio desde nuestro bautismo, a saber: que Dios nos ha elegido, como sus testigos, por el amor profundo que nos tiene; y, por ese amor, nosotros nos comprometemos a hacerlo extensible por todo el mundo, señalando, como Juan el Bautista, que aquél que viene por medio de nuestra evangelización, es Cristo Jesús, el elegido por Dios, el Hijo amado de Dios en quien él se complace y sobre el que ha enviado su Espíritu para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombras de muerte, así como conducirnos por el camino de la paz que, profundamente, rezamos en la oración de la mañana (laudes) al recitar el Benedictus (Lc 1,68-79). La llamada de Dios va unida a un compromiso concreto, por lo que no podemos decir que somos llamados por Dios, si esa llamada no está avalada por una acción específica en la dirección de ser luz para todas las gentes y, en el compromiso de quitar el pecado del mundo. Aquí radica toda la fuerza de la Palabra de Dios en este domingo porque nos presenta a Jesús como “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Esta expresión, de gran tradición en el Antiguo Testamento, alude al Siervo sufriente de Isaías y al Cordero Pascual que se sacrificaba para conmemorar la liberación del éxodo. Jesús, con su muerte, trae la salvación al mundo. Y, éste, es el Hijo de Dios, según el testimonio que nos deja Juan el Bautista, porque lo ha visto, lo ha vivido, lo ha experimentado. Por esa experiencia, él ha podido responder a la pregunta quién es Jesús, a la que, también nosotros, estamos urgido a responder para poder descubrir con bastante claridad cuál es nuestra misión concreta en este momento de la historia.
La misión de Jesús, no consiste sólo en perdonar, sino que va más allá, apuesta por quitar, arrancar todo mal, todo aquello que impide la realización y la felicidad de las personas. Esta es la misión apasionante a la que se comprometió Jesús hasta costarle la vida, pero no fue un acto inútil, sino que abrió las puertas y el camino para que otros muchos también lo hicieran a lo largo de la historia. Y, para poderla realizar no basta sólo el bautismo de agua que ofrecía Juan el Bautista, sino el bautismo con Espíritu y fuego que trae Jesús y que él mismo ha inaugurado. Se trata de un bautismo que da fuerzas para la vida, porque en él está el amor de Dios que nos lleva a la entrega generosa a favor de los demás como alternativa al odio y a la guerra que domina en muchas relaciones humanas y políticas. Al ser bautizados con Espíritu y fuego, Dios mismo habita en nuestro interior y nos acompaña para quitar el pecado del mundo, para que ofrezcamos el Reino de Dios y lo hagamos presente en lo cotidiano, en el día a día.
José Mª Tortosa Alarcón