Este año el «tema estrella» está siendo la misericordia. Y
no está mal. Aunque lo de tema estrella suena demasiado
mediático, demasiado coyuntural y demasiado efímero, como
ocurre con tantas modas. Ahora toca hablar de misericordia, como en otro
momento tocará hablar de justicia, amor, paz o bienaventuranza... Sería un error
plantearnos así las cosas. El evangelio tiene pilares fundamentales que nunca
deberían apagarse o silenciarse. Entre ellos, sin duda, la misericordia es
clave. Este jubileo que celebramos es ocasión para recordarlo. No para que
ahora sea tendencia y luego se olvide. Sino para que ahora lo recordemos, y
siempre lo vivamos.
Ese es el sentido que
tiene dedicar una serie a las obras de misericordia. Misericordia
alude a la capacidad de vibrar y compadecerse con las fragilidades y miserias
ajenas. Pero no basta vibrar. Hay que actuar. En un contexto donde se percibe
demasiado a menudo el egocentrismo y el egoísmo como camino para salir
adelante, la llamada a abrirse a los otros es trasgresora. Si el amor ha de
ponerse más en las obras que en las palabras, ¿cómo entender hoy unas urgencias
que en distintos contextos son diferentes? ¿A quién hay que alimentar,
acoger, o vestir? ¿A qué enfermos hay que atender en un mundo de hospitales y
servicios públicos diversos? ¿Qué significa hoy enterrar a los muertos, en un
mundo donde todos los procedimientos están estandarizados? ¿Hasta qué punto hay
que seguir soportando a las personas molestas? ¿Qué diferencia hay entre las
obras llamadas corporales y las espirituales?
Todo eso, y otras
cuestiones, intentaremos ir desplegando en las próximas semanas, con las
intuiciones, sensibilidad y perspectiva diferente de un buen grupo de creyentes
que buscan y proponen.