sábado, 7 de mayo de 2016

Comentario Evangelio del domingo 8 de mayo (Ascensión del Señor, ciclo C) - Lc. 24, 46-53

A lo largo de todas las semanas de resurrección que estamos viviendo, Jesús, ha ido educando a sus discípulos para poder asumir la responsabilidad de la comunidad y ser ellos los testigos de él por la fuerza del Espíritu que les deja. Con unas instrucciones precisas quedan preparados para continuar su obra y ser sus testigos, pero no la empezarán hasta que reciban la fuerza del Espíritu (Hch 1,1-11).
Ayer y hoy es necesario escuchar “¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?” porque se puede entender la Ascensión del Señor como una preocupación por las cosas del cielo, las cosas de Dios y, una despreocupación de las cosas de la tierra, las cosas de los hombres y mujeres. Esta fue la tentación de los primeros discípulos y Jesús tuvo que corregirlos continuamente, no eran capaces de entender que ocuparse de las cosas de Dios, es preocuparse de las cosas de las personas reales y concretas aquí en la tierra.
La Ascensión de Jesús, que no es un hecho histórico comprobable, sino misterio y objeto de fe, nos indica que si Jesús asciende al cielo y se coloca junto al Padre Dios, es porque este le da la razón de todo lo que ha dicho y hecho en la vida. Le da la razón porque ha sido fiel a su proyecto, al Reino, a los pobres y, a su preocupación por llevar la felicidad a los hombres y mujeres de esta tierra. Así, decir que ha ascendido al cielo, es decir que ha llegado a la plenitud de lo comenzado en la tierra.
Esta es la esperanza cristiana y por ella nos movemos y existimos dando sentido a nuestro trabajo diario cargado de opciones que dignifican la vida de los pobres y marginados, de drogadictos, alcohólicos, inmigrantes, ancianos, niños maltratados, familias rotas, matrimonios en crisis, enfermos, parados, jóvenes sin ilusión ni proyectos, etc. En definitiva, ocuparse de los sufrimientos de este mundo, de esta tierra concreta que nos ha tocado vivir.
Sólo así se puede entender el salmo 46,6 cuando dice: “Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas”, y es rey del mundo porque ha dado su vida a favor de los hombres y mujeres concretos que lo habitamos, no quedándose nada para sí; se entregó hasta el extremo y, además nos ha prometido su presencia y preocupación continua por nosotros: “Y ahora os voy a enviar lo que mi Padre tiene prometido; vosotros quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza que viene de lo alto” (Lc 24,46-53). Y allí se quedaron, en Jerusalén (en comunidad), con gran alegría (testimonio), orando y bendiciendo a Dios que, previamente, los había bendecido en la persona de Jesús.
Nosotros pedimos que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre que posee la gloria, nos dé un saber y una revelación interior para conocerlo. Ilumine los ojos de nuestra alma, para que comprendamos cuál es la esperanza a la que nos llama (Cfr. Ef 1,17-18). Porque la esperanza cristiana pasa inevitablemente por entender que la muerte y resurrección de Jesús tiene sentido por el hecho de que ha sido realizada como opción voluntaria a favor de la tierra y los que la habitan. Por ser fiel y constante en la defensa de todo ser humano, Dios lo resucitó y lo asciende a su derecha como rey y señor de todo.
No hay otro camino para conseguir la gloria de Dios mas que viviendo en comunidad, ser fieles a la tierra concreta en la que vivimos. “Evidentemente, sube quien antes ha bajado. Al encarnarse, Jesús descendió; justo es que al final de su vida ascienda” (Casiano Floristán), y nos prepare una morada. Por nuestra parte, no callar nada, ser testigos de esto con la propia vida, sin miedos, porque no estamos solos, nos acompaña la comunidad y el Espíritu de Jesús que en ella habita.
José Mª Tortosa Alarcón.