viernes, 1 de abril de 2016

Hemos llegado a la cumbre de la misericordia


Terminábamos un artículo anterior diciendo ¡Feliz Pascua de Resurrección! Y también lo iniciamos así, porque ya hemos llegado a la cumbre de la misericordia y no queremos bajar de ella, sino que más bien queremos estar ahí, y desde ese lugar, irradiar toda la misericordia posible a aquellos que nos rodean sin importarnos raza, color, ideas, sexo, religión, pues apostamos por un mundo en el que todos podamos ser hermanos. 
Haber llegado a la cumbre de la misericordia nos exige ser “misericordiosos como el Padre del cielo es misericordioso” (Lc 6,27-36), es decir, llegar a lo máximo y vivir una vida sin mediocridades, ni dobleces, sino atentos a las necesidades de los demás, atentos a toda persona y a trabajar por su dignidad y su ser Hijos de Dios.
Nos duelen los acontecimientos sufridos en Bélgica, nos duelen las personas que mueren en las fronteras (Siria, Ceuta, México, etc.), nos duelen las personas que mueren de hambre todos los días (dicen que 45.000), nos duelen las mujeres que son maltratadas, los niños que son abandonados, las personas que caen en la red de la droga, la prostitución o la esclavitud; nos duelen las familias que casi no llegan a fin de mes o las que están cerca de ser desahuciadas, nos duelen los ancianos que están solos o abandonados, nos duelen las personas que entran en un proceso de enfermedad irreversible, o las que sufren algún tipo de cáncer que les limita muchas posibilidades en sus vidas, nos duelen las personas que trabajan con salarios de pena o contratos basura, nos duelen las personas que son perseguidas y asesinadas por sus creencias religiosas, nos duelen… (pon tú las personas que te duelen).
Pero, también nos alegramos, desde la cumbre de la misericordia, cuando una paz se establece, cuando unas relaciones truncadas se vuelven a emprender; nos alegramos cuando un odio desaparece, nos alegramos cuando alguien encuentra trabajo que dignifica su vida, nos alegramos cuando un contrato laboral se vuelve indefinido y con condiciones laborales dignas, nos alegramos cuando un nuevo proyecto de solidaridad favorece a los desfavorecidos, nos alegramos cuando un pozo de agua soluciona un problema de agua en algún poblado, nos alegramos cuando las personas dialogan y se entienden, nos alegramos, cuando la fe es respetada, nos alegramos cuando las ideas, del tipo que sean, sirven para mejorar la convivencia, nos alegramos cuando… (pon tú las alegrías que encuentras).
En fin, mantengámonos en la cumbre de la misericordia, pero muy atentos a lo que pasa a nuestro alrededor; como se suele decir, “con los pies en la tierra”, pero con la esperanza de que las cosas pueden ir a mejor, no a peor. “Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo” (Mt 5,1-12).

Jose Mª Tortosa