Mirando el mundo tal y como está no hay duda de que necesita
una revolución. Necesita una revolución ecológica, política, social y
económica, pero fundamentalmente necesita una revolución del afecto y la
ternura. No nos podemos permitir ni un minuto más amar y amarnos tan poco y tan
mal.
Nos necesitamos los unos a los otros, para sentir el calor de
la estima y la amistad, para consolarnos de nuestra contingencia, para
acompañarnos en nuestra soledad esencial. Nos necesitamos para sentirnos vivos,
nos necesitamos para estar vivos. No hay afecto sin el otro a quien amar. El
afecto se expresa con palabras, gestos, actitudes y hechos. El afecto coge a
toda la persona, transforma la cabeza, el corazón y los sentidos. En el abrazo,
nos abrazan; en la mirada a los ojos, nos miran; en la cordialidad, el corazón
se calienta; en la caricia, nuestra piel se siente reconfortada... No hay
riqueza que compre el afecto o que destierre el odio, ni hay dinero que construya
la esperanza y la confianza. Es tarea de cada uno de nosotros en la desnudez de
nuestra humanidad y es tarea de toda la comunidad humana, confiando, eso sí, en
que en el corazón de cada hombre y cada mujer Dios ha sembrado ya la simiente
del Amor. Sin afecto y ternura, sin dedicar tiempo y energía a cuidarnos,
estamos externalizando costes. Lo pagan nuestro cuerpo y nuestra psicología, lo
pagan los más vulnerables y los excluidos de este mundo, lo paga la naturaleza,
lo pagan los niños y las niñas, las relaciones de vecindad, la familia, los
amigos.
En un mundo hostil a la Vida y a la humanidad, que nos
endurece el corazón y nos desintegra, reivindicamos la revolución del afecto y
la ternura como punto de partida, como lentes con las que mirar el mundo y las
personas. Pongamos el énfasis en esta transformación.
Extracto de reflexión de fin de año de CJ