martes, 7 de abril de 2015

Para que las personas aprendan a respetar la creación y a cuidarla como don de Dios

JOSÉ EIZAGUIRRE
Siete palabras para meditar, siguiendo la intención misionera del Apostolado de la Oración para este mes de abril.
Personas. Decía Ignacio de Loyola que “el hombre es criado para servir y alabar a Dios nuestro Señor”. El hombre es “criado”, creado. Las personas somos creadas, criaturas. Tan criaturas como todas las demás: las flores, los pájaros, las nubes, los ecosistemas y las estrellas. Somos hermanos y hermanas de todas las criaturas: hermano sol, hermana luna, hermana agua... como bien experimentó Francisco de Asís. Ni más ni menos.
Aprendan. Toda la vida es aprendizaje. Y esto supone abrirnos a conocimientos nuevos, a modos de comprensión nuevos, a comportamientos nuevos, porque las circunstancias lo son –nunca el medio ambiente había estado tan degradado por culpa de la acción humana–. Y, por lo tanto, hay que dejar atrás esquemas mentales y hábitos de vida: si no nos gusta que otros mueran como mueren nosotros no podemos seguir viviendo como vivimos. Aprender a vivir lleva tiempo y aprender a vivir de otra manera, más aún, por cuanto supone de desaprendizaje de la manera anterior.

Respetar. Respetar. Respetar. Una y mil veces. Respetar significa reconocer que las demás criaturas –vivas e inanimadas– son dignas, poseen la misma dignidad inalienable que yo mismo. Respetar tiene mucho que ver con humildad, el reconocimiento de la propia pequeñez ante la inmensidad de la Vida y del Cosmos. Sentirnos parte de algo que nos supera. Asombro maravillado. Y respeto reverente ante el Misterio que nos envuelve. Señor, Creador nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
Creación. También podemos hablar de Cosmos, Universo, Naturaleza, Medio Ambiente... pero decir “Creación” significa reconocer expresamente a un Creador. Somos estirpe suya. Todo es estirpe suya. Y así como la Creación es relación, el Creador no puede sino serlo también. Relación amorosa y creatividad desbordante que se prolonga en todas las criaturas y nos hace co-creadores y re-creadores, partícipes en la asombrosa trama de la vida.
Cuidarla. Más allá del respeto necesario, el cuidado. Cuidar, custodiar, sobre todo a quien más necesitado está de cuidados. Poner los cuidados –¡y no la economía!– en el centro. Hacer de los cuidados la prioridad de nuestra sociedad. Tengamos cuidado de no hacer daño a nadie ni a nada. Seamos cuidadosos con este regalo tan sorprendente que se nos ha dado y que vamos a dejar a la siguiente generación. Y cuidemos a quien, junto a nosotros, precisa de nuestra atención. Porque nos reconocemos necesitados de cuidados, se nos hace más fácil descubrir la llamada a cuidar de otros.
Don. Regalo, dádiva, presente. En cualquier caso: gratuidad. Algo que se nos ha regalado gratuitamente, por pura liberalidad, sin merecerlo por nuestra parte. Aprender a respetar y cuidar el don que se nos ha puesto en nuestras manos. Y al hacerlo, convertirnos nosotros mismos en don, en ofrenda, en respuesta cuidadosa.
Dios. La palabra más manoseada de la historia. Cuatro letras que remiten a algo –¡a Alguien!– infinitamente más distinto a lo que podemos pronunciar, escribir o pensar. A Dios nadie le ha visto nunca. No su rostro pero sí su rastro, pues se deja encontrar para quien le busca. Como el pez desesperado que ansía el océano y no ve más que agua por todas partes. Dios, en quien vivimos, nos movemos y existimos. Dios.

Extraído de www.entreparentesis.org