viernes, 13 de febrero de 2015

Orar con los cantos de Taizé

Según el hermano Émile, la pasión por hacer accesibles las fuentes de la oración, es lo que llevó a la creación de las canciones de Taizé. Se pidió al hermano Robert la búsqueda de formas musicales aptas para garantizar la participación de todos. Comprendió el hermano rápidamente que ello significaba meditar textos cortos, como en la Edad Media, cuando los peregrinos oraban muy a menudo con unas cuantas palabras, con cantos repetitivos, a veces en forma de canon. Así ocurría en Montserrat en la Edad Media.
Hizo participar el hermano Robert, en esta búsqueda, a Jacques Berthier, compositor y organista en París, que se tomó en serio el encargo y presentó algunos cantos sencillos, en un primer momento compuestos todos en latín.

CON LA ORACIÓN REPETITIVA SE CREA UN ESPACIO DE LIBERTAD

La oración en Taizé tiene dos partes. La comunidad de hermanos se reúne al completo para la primera parte, y después aquellos que lo deseen pueden permanecer en la iglesia con los jóvenes para continuar con el canto. Nadie conoce de antemano la duración de esta segunda parte ni sabe la duración de cada canto. Al proponer esta forma de oración comunitaria, el hermano Roger innovaba. También innovaba al no fijar la duración de cada canto. El jesuita Joseph Gelineau, que además compuso algunos cantos de Taizé, comentaba con admiración:
"El hecho de descubrir nuevamente esta música continua, que comienza y termina cuando quiere, tiene una ventaja muy grande: crea un espacio de libertad. Por muy paradójico que pueda parecer, esta especie de vacío ofrece al Espíritu la posibilidad, y a la vez el silencio, de intervenir. Sobre todo, cuando se repiten las mismas palabras, puesto que en ese momento ya no se ocupa el intelecto con conceptos ni se preocupa uno por su duración, preguntándose cuánto tiempo va a durar. Y pienso que hay aquí algo muy importante que permite reencontrar una dimensión de la oración: la gratuidad. Dimensión en la que no se mira el reloj y donde no se intenta controlar la duración a través del canto."

Quien entra en la iglesia de Taizé no puede dudar de que se halla en presencia de una oración comunitarialas voces se unifican armoniosamente, todos están vueltos en la misma dirección, todos escuchan el mismo texto de la Palabra. Hay ahí una comunidad en espera. Al mismo tiempo, y de manera incontestable, la oración sigue siendo algo eminentemente personal. La débil luminosidad (sólo algunos iconos están iluminados) invita ya a la interioridad.

Lo que contribuye a que cada oración se vuelva personal, lo que proporciona una especie de «estuche» al canto es el largo tiempo de silencio que se da en el centro de cada oración común. El silencio de la oración común no es el mismo que un silencio pasivo, vivido aisladamente. «El canto prepara para el silencio..., confesaba un joven irlandés, y mis pensamientos se vuelven buenos». Puede ser que el canto haya conseguido apaciguar el corazón que, liberado de su inquietud, puede abrirse a una Presencia. El silencio se convierte entonces en un silencio habitado.

Extraído de http://blogs.periodistadigital.com/