
No lo hemos de olvidar. Si queremos encontrar a Cristo resucitado, lleno de vida y fuerza creadora, no lo hemos de buscar en una religión muerta, reducida al cumplimiento externo de preceptos y ritos rutinarios, o en una fe apagada, que se sostiene en tópicos y fórmulas gastadas, vacías de amor vivo a Jesús.
Entonces, ¿dónde lo podemos encontrar? Las mujeres reciben este
encargo: “Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va delante de
vosotros a Galilea. Allí lo veréis”. ¿Por qué hay que volver a Galilea para ver al Resucitado? ¿Qué sentido profundo se encierra en esta invitación? ¿Qué se nos está diciendo a los cristianos de hoy?
En Galilea se escuchó, por vez primera y en toda su pureza, la Buena Noticia de Dios y el proyecto humanizador del Padre.
Si no volvemos a escucharlos hoy con corazón sencillo y abierto, nos
alimentaremos de doctrinas venerables, pero no conoceremos la alegría
del Evangelio de Jesús, capaz de “resucitar” nuestra fe.
A orillas del lago de Galilea, empezó Jesús a llamar a sus primeros
seguidores para enseñarles a vivir con su estilo de vida, y a colaborar con él en la gran tarea de hacer la vida más humana.
Hoy Jesús sigue llamando. Si no escuchamos su llamada y él no “va
delante de nosotros”, ¿hacia dónde se dirigirá el cristianismo?
Por los caminos de Galilea se fue gestando la primera comunidad de
Jesús. Sus seguidores viven junto a él una experiencia única. Su
presencia lo llena todo. Él es el centro. Con él aprenden a vivir
acogiendo, perdonando, curando la vida y despertando la confianza en el
amor insondable de Dios. Si no ponemos, cuanto antes, a Jesús en
el centro de nuestras comunidades, nunca experimentaremos su presencia
en medio de nosotros.
Si volvemos a Galilea, la “presencia invisible” de Jesús resucitado
adquirirá rasgos humanos al leer los relatos evangélicos, y su
“presencia silenciosa” recobrará voz concreta al escuchar sus palabras
de aliento.
J. A. Pagola