La primera afirmación es ésta: “La Palabra de Dios se ha hecho carne”.
Dios no ha permanecido callado, encerrado para siempre en su misterio.
Nos ha hablado. Pero no se nos ha revelado por medio de conceptos y
doctrinas sublimes. Su Palabra se ha encarnado en la vida entrañable de
Jesús para que la puedan entender y acoger hasta los más sencillos.
La segunda afirmación dice así: “A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer”.
Los teólogos hablamos mucho de Dios, pero ninguno de nosotros lo ha
visto. Los dirigentes religiosos y los predicadores hablamos de él con
seguridad, pero ninguno de nosotros ha visto su rostro. Solo Jesús, el
Hijo único del Padre, nos ha contado cómo es Dios, cómo nos quiere y
cómo busca construir un mundo más humano para todos.
Esta dos afirmaciones están en el
trasfondo del programa renovador del Papa Francisco. Por eso busca una
Iglesia enraizada en el Evangelio de Jesús, sin enredarnos en doctrinas o
costumbres “no directamente ligadas al núcleo del Evangelio”. Si no lo
hacemos así, “no será el Evangelio lo que se anuncie, sino algunos
acentos doctrinales o morales que proceden de determinadas opciones
ideológicas”.
La actitud del Papa es clara. Solo en
Jesús se nos ha revelado la misericordia de Dios. Por eso, hemos de
volver a la fuerza transformadora del primer anuncio evangélico, sin
eclipsar la Buena Noticia de Jesús y “sin obsesionarnos por una multitud
de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia”.
El Papa piensa en una Iglesia en la que
el Evangelio pueda recuperar su fuerza de atracción, sin quedar
obscurecida por otras formas de entender y vivir hoy la fe cristiana.
Por eso, nos invita a “recuperar la frescura original del Evangelio”
como lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y, al mismo tiempo,
lo más necesario”, sin encerrar a Jesús “en nuestros esquemas
aburridos”.
No nos podemos permitir en estos momentos
vivir la fe sin impulsar en nuestras comunidades cristianas la
conversión a Jesucristo y a su Evangelio a la que nos llama el Papa. Él
mismo nos pide a todos “que apliquemos con generosidad y valentía sus
orientaciones sin prohibiciones ni miedos”.
J.A. Pagola