Hermano Francisco: nunca pensé que me
dirigiría así a un Papa, pero como en tu saludo inicial no nos
llamaste "hijos e hijas" sino "hermanos y hermanas",
siento que tengo permiso para hacerlo. Y me sale también un tú,
aunque llenísimo de respeto, porque no me imagino llamando de usted
a un hermano de verdad y el vos argentino no me va a salir.
En el diario "La Nación" del
14 de Marzo he leído que tu elección "ha resultado balsámica"
y me ha parecido un adjetivo perfecto para calificar lo que nos está
pasando desde que nos saludaste desde el balcón, con aquel tono en
el que se mezclaban la timidez y la confianza. Primer efecto
balsámico: te vemos distendido y hasta bromista (¡qué maravilla,
un papa con sentido del humor...!), sin dar en ningún momento la
impresión de estar abrumado por el peso de esa responsabilidad
agobiante y desmesurada que los Papas se han ido echando sobre los
hombros, como si les tocara a ellos solos encargarse de toda la
Iglesia universal. Como si no existieran los otros Pastores, como si
el pueblo de Dios fuera un fardo con el que cargar y no una comunidad
de hombres y mujeres capaces de iniciativa y con deseos de participar
y de colaborar, como soñamos con el Concilio.
Tú, en cambio, estás consiguiendo
comunicarnos la convicción de que ese camino que comienzas lo vas a
hacer acompañado por todos nosotros. Qué manera tan franciscana por
lo sencilla y tan ignaciana por su lucidez de señalar un nuevo
estilo eclesial. Porque si lo que deseas es que se nos reconozca por
la fraternidad, el amor y la confianza, empiezan a sobrar y a
estorbar (hace tiempo que a bastantes ya nos estaban sobrando y
estorbando...) tantas conductas, prácticas y costumbres en las que
se han ido confundiendo la dignidad con la magnificencia y lo solemne
con lo suntuoso. Resulta una sorpresa balsámica sentir que ahora te
tenemos como cómplice en el deseo de ir cambiando esas usanzas e
inercias que nadie se decidía a declarar obsoletas y ante cuya
incongruencia habían dejado de dispararse las alarmas. No son
cuestiones irrelevante, son indicadores que revelan una preocupante
atrofia de los sensores que tendrían que haber puesto alerta, hace
mucho, de que estaban en contradicción con los usos de Jesús. Así
que bienvenida sea esa tarea que emprendes de volver a la frescura
del Evangelio y a la radicalidad de sus palabras: ya nos estamos
dando cuenta de que, en lo que toca a los pobres, no vas a damos
tregua.
Comienzas tu camino en momentos de
extrema debilidad de la Iglesia: lo mismo que aquel joven que huyó
desnudo en el huerto, a ella le han sido arrancadas las vestiduras
con las que se protegía: secretismo, hermetismo, ocultamiento,
negación de lo evidente. Pero es precisamente ahora, cuando aparece
desnuda y despojada ante la mirada enjuiciadora del mundo, cuando se
le presenta inesperadamente una ocasión maravillosa: la de
revestirse por fm, únicamente, del manto de la gloria de su Señor.
Nos has confiado la tarea de sostenerte
con nuestra oración y en estos momentos estoy pidiendo para ti unas
cuantas cosas: paciencia ante el rastreo que la prensa está haciendo
de tu pasado y que es una consecuencia de lo que dijiste a los
periodistas:
"Habéis trabajado ¿eh?, habéis
trabajado...". Pues eso, se han crecido y siguen trabajando.
También pido que no te agobien más de la cuenta las expectativas
descomunales que estás despertando y que te sientas muy libre (y muy
hábil también) para elegir a quienes creas que pueden ayudarte en
el gobierno de la Iglesia, aunque suponga un ERE para la curia.
Vas a encontrar muchas piedras en ese
camino: críticas, resistencias y hasta zancadillas así que,
siguiendo la recomendación de tu preciosa homilía el día de San
José, trata de custodiarte un poco a ti mismo. Y por si no aciertas
del todo, que se ocupen de ello las santas de la Iglesia de Roma:
Cecilia, Inés, Domitila, Tatiana, Agripina, Demetria, Martina,
Basilisa, Melania, Anasinsia, Digna, Emérita, Martina, Sabina.
Han ido a buscarte casi hasta el fin
del mundo y ha sido un acierto: gracias por haber aceptado quedarte,
sin poder volver a recoger tus cosas. Menos mal que los zapatos que
llevas parecen cómodos.
Muchos nos sentimos ahora responsables
de rezar por ti, aunque no seamos de tu diócesis y nos alegra saber
que estás también encargado de velar por la Iglesia universal. De
pronto, está recobrando sentido llamar Papa al Obispo de Roma.
Que el Señor te bendiga, te guarde y
derrame sobre ti el bálsamo de su paz.
Dolores Aleixandre RSCJ+