Dios ha vuelto a “desmontarlo” todo superando
cualquier pronóstico.
La Iglesia, toda la Iglesia, (porque a menudo se
olvida que junto a los cardenales reunidos en el cónclave, estamos todos los
demás en oración...) con la guía del Espíritu Santo, ha elegido a quien nadie
esperaba ni podía esperar:
Un Papa latinoamericano designado por una inmensa mayoría
europea, signo de la universalidad de la Iglesia y la gran necesidad de
descentralizarla.
Un Papa de setenta y seis años, que donará a los
jóvenes “la sabiduría de la vida para reconocer al propio Jesús”.
Un Papa no curial, sino un pastor humilde y sencillo
que viajaba en transporte público y que renunció a vivir en el Palacio
Arzobispal de Buenos Aires.
Un Papa que muestra una ternura especial con los
pecadores y los más alejados, porque “Dios vive en medio de ellos”. Que tiene
un hermoso pasado de amor a los pobres y de cuidar enfermos de noche.
Un Papa religioso: jesuita (por tanto sobradamente formado
y preparado) y que vivirá sin duda el lema “en todo amar y servir” buscando
siempre la mayor gloria de Dios y servicio de la Iglesia.
Un Papa que se presenta vestido de sotana, sin
artificios ni adornos y que lleva el mismo pectoral sencillo con el que entró
en el cónclave.
Un Papa que destaca por su sonrisa, su naturalidad y
sus gestos espontáneos.
Un Papa que reza con las oraciones de los más
sencillos.
Un Papa que se inclina ante la comunidad para recibir
su oración intercesora antes de bendecirla.
Un Papa que ha elegido por nombre Francisco, el del
santo de la pobreza y la paz, porque quiere “una Iglesia pobre y para los
pobres” y porque la reforma nace de dentro.
Un Papa que fue pastor de los fieles del rito oriental
en la capital argentina y como tal hace un guiño ecumenista llamándose a sí
mismo Obispo de Roma.
Un Papa que habla de “comenzar un camino juntos:
Obispo y Pueblo”.
Un Papa que nadie esperaba… ¡el que Dios ha querido
para dar nuevos y “buenos aires” de esperanza a nuestra Iglesia y al mundo!
Ojalá este primer Papa de muchas cosas, ayude a cambiar
las cosas en nuestra Iglesia y en nuestro mundo y que haya otras primeras.