miércoles, 8 de junio de 2011

LA PEDAGOGÍA DE LA ORACIÓN IGNACIANA

Nada más lejos de la verdad, el pensar que Ignacio escribe el libro de los Ejercicios “ex nihilo”, como si fuera el inventor o creador único de todo en lo que él aparece. Muy al contrario. Ignacio es deudor de una larga Tradición en todo lo que se refiere a aquellos elementos que le configuran: modos de orar, discernimiento de espíritus, devoción a la humanidad de Cristo, distribución por semanas… Pero la genialidad de Ignacio consistió en dar a esa gran herencia recibida de la Tradición un toque personal, fruto de su propia experiencia y enfoque de las cosas de tal manera que deja en cada una de ellas una impronta muy particular que las configura con un aire auténticamente ignaciano.
Y si eso se puede afirmar de muchas de las piezas que componen el puzzle del libro de los Ejercicios, un ejemplo típico lo encontramos en la que constituye uno de los “ejercicios” fundamentales de los mismos, que no es otro que el de la oración.
Ignacio va a distinguir netamente dos tipos de oración: la meditación y la contemplación. Cada una tiene sus matices propios. La meditación (y su equivalente más cercano, la “consideración”) es más activo-reflexiva.
La segunda es más pasivo-receptiva.  El paso de una a otra supone un enfoque progresivo a través del cual el ejercitante irá pasando de una experiencia más centrada en sí mismo (con el esfuerzo propio del que “medita” con todas sus “potencias” –memoria-entendimiento-voluntad-, a otra más centrada en el objeto mismo de toda oración –Dios, a través de los misterios de la vida de Cristo. Paso, en definitiva, de una experiencia más bien de tintes ascéticos (meditaciones), a otra más decididamente mística (contemplaciones).
Pero en ambas claves o modos de orar destaca con fuerza un rasgo característico de la pedagogía ignaciana de la oración que no es otro que su fuerte dosis de personalización.  En contraste [...]