b) La Iglesia
"ad intra"
En vísperas del Vaticano II la Iglesia
católica necesitaba una doble reforma para resolver los dos contenciosos que
tenía con el mundo moderno y con las Iglesias protestantes. De una parte se
necesitaba un giro profundo en las relaciones ecuménicas y de otra era
imprescindible reconciliarse con el mundo y ponerse a su servicio. Para cumplir
estas dos exigencias era necesario asimismo reformar la Iglesia desde un punto
de vista pastoral, a juzgar por los problemas que tenía planteados: alianza con
los poderes y poderosos en régimen de cristiandad; curia vaticana
burocratizada, autoritaria y centralizadora; liturgia oficial congelada;
dogmatismo a ultranza y moral rígida; distanciamiento con las otras Iglesias y
desconfianza del ecumenismo; uniformidad pastoral y occidentalización del
pensamiento cristiano.
Al mismo tiempo habían surgido diversos
movimientos católicos de renovación. Sin embargo, esta renovación no se había
mostrado del mismo modo en todos los países y en todos los ámbitos. Incluso se
podían detectar antes del concilio -opina G. Alberigo- "síntomas
manifiestos de un malestar profundo y extendido, producido por un retraso
histórico cada vez más insoportable" (La
recepción del Vaticano II, 34).
El principal objetivo del Vaticano II
consistió en reformar la Iglesia para convertirla en un instrumento pastoral
más eficaz respecto del mundo contemporáneo. Este reajuste se denominó aggiornamento. Juan XXIII, al inaugurar el Concilio (11.10.1962), expresó
la necesidad de introducir "oportunas correcciones" en la Iglesia, de
acuerdo "a las exigencias actuales y a las necesidades de los diferentes
pueblos". Pablo VI, al comenzar la segunda sesión del Vaticano II (29.9.1963),
manifestó que es "deseo, necesidad y deber de la Iglesia darse finalmente
una más meditada definición de sí misma".
La constitución Lumen
gentium es la
"Carta magna" del Vaticano II, aunque, de hecho, todos los documentos
conciliares abordan de un modo u otro el misterio de la Iglesia. La
eclesiología es el centro del Vaticano II. "Se ha dicho -escribe el
cardenal Suenens- que, al invertir el capítulo, inicialmente previsto como
tercero, para ponerlo como segundo, es decir, tratar primero del conjunto de la
Iglesia como pueblo de Dios y a continuación de la jerarquía como servicio a
este pueblo, hemos hecho una revolución
copernicana" (Concilium 60
bis, 1970, 185). Algunos teólogos (M. Schmaus, P. Smulders, H. Mühlen, etc.)
consideran que la decisión dogmática más importante del Concilio ha sido la de
designar a la Iglesia sacramento universal de salvación. Y. Congar piensa que los grandes
temas eclesiológicos del Concilio son "sacramento universal de
salvación", "pueblo de Dios", "jerarquía-servicio",
"colegialidad" e "Iglesia particular". Las afirmaciones
eclesiológicas conciliares más importantes son éstas: la Iglesia se entiende en
clave de comunión, es "el pueblo de Dios", es "sacramento
universal de salvación", está en función del mundo y es Iglesia particular
y universal.
El campo teológico más discutido en la
primera etapa del posconcilio ha sido el de la eclesiología. Poco después de la
conclusión del Concilio en 1965 se afirmó, con razón, que se había producido
una nueva conciencia o imagen de la Iglesia como consecuencia de profundas
transformaciones en la eclesiología. Posteriormente los teólogos conservadores
pretenden rebajar la importancia eclesiológica del Vaticano II, con objeto de
no ensombrecer los aportes del Vaticano I. Pero en general, incluso los
teólogos más conservadores, todos reconocen el significado eclesial del
Concilio.
Este mensaje eclesial se encuentra, sobre
todo, en las cuatro constituciones, de las cuales dos son
"dogmáticas" (Lumen gentium y Dei Verbum), una "pastoral" (Gaudium et spes) y otra denominada
simplemente "sobre la sagrada liturgia" (Sacrosanctum concilium), que en realidad también es
pastoral. Del estudio de las cuatro constituciones del Vaticano II se desprende
que la Iglesia es entendida por el Concilio como Pueblo de Dios (Lumen
gentium) que
vive en comunión de fe (Dei Verbum), de culto (Sacrosanctum
concilium) y de
servicio (Gaudium et
spes). El título de la relación final del cardenal Daneels, aprobada en el
segundo sínodo extraordinario de 1985, convocado para evaluar el Vaticano II a
los veinte años de su celebración, resume dichas constituciones y el mensaje
del Concilio con esta fórmula lapidaria: "La Iglesia (LG), bajo la palabra
de Dios (DV), celebra los misterios de Cristo (SC) para la salvación del mundo
(GS)" (“Ecclesia, sub Verbo Dei, mysteria Christi celebrans, pro salute
mundi”). Visto de otro modo, las constituciones sobre la Palabra de Dios y la
liturgia giran en torno a las fuentes de la fe, en tanto que las otras dos,
referidas a la Iglesia, contemplan la fe ad
intra, es decir, en el mismo Pueblo
de Dios, y ad extra, a saber, en el
mundo.
c) La Iglesia "ad extra"
En el discurso de apertura de la segunda
sesión (29.9.1963), afirmó Pablo VI que el Concilio "tratará de tender un
puente hacia el mundo contemporáneo... Que lo sepa el mundo: la Iglesia lo mira
con profunda comprensión, con sincera admiración y con sincero propósito, no de
conquistarlo, sino de servirlo; no de despreciarlo, sino de valorarlo; no de
condenarlo sino de confortarlo y salvarlo". Recordemos que el mundo era en
los catecismos preconciliares uno de los enemigos del alma. En el último
discurso de Pablo VI para clausurar el Concilio (7.12.1965), afirmó el Papa que
el Vaticano II "ha tenido vivo interés por el estudio del mundo
moderno". Junto a la palabra mundo, el Concilio ha pronunciado repetidas
veces los términos "sociedad" e "historia". "Tal vez
nunca como en esta ocasión —dijo Pablo VI en el citado discurso—ha sentido la
Iglesia la necesidad de conocer, acercarse, comprender, penetrar, servir y
evangelizar a la sociedad que la rodea y de seguirla; por decirlo así, de
alcanzarla en su rápido y continuo cambio". Efectivamente, por primera vez
un concilio ha tenido en cuenta la realidad concreta de la historia en la
sociedad y en el mundo.
El Vaticano II sitúa a la Iglesia en el
mundo, no fuera del mismo, de tal modo que hace suyas las aspiraciones de la
humanidad, acepta la autonomía de las realidades temporales y dialoga con la
cultura moderna. Evidentemente el mundo del Concilio era sobre todo, aunque no
exclusivamente, el de la modernidad y la ilustración. De hecho, la constitución
Gaudium
et spes favoreció un
cambio profundo de relaciones entre la Iglesia y el mundo al superar la actitud
católica antimodernista. Precisamente después del Concilio han surgido las
comisiones Justicia y paz con la preocupación de promover a
los católicos en la justicia social y en la liberación. También ha ganado
vitalidad la "doctrina social de la Iglesia", más diversificada,
dialogante e involucrada en problemas como la discriminación racial, los
derechos humanos y la corrupción a todos los niveles. A partir de Gaudium et spes, la fe aparece junto a la justicia, ha crecido la opción por
los pobres y se ha impulsado la paz.
3. La recepción del Concilio
La eficacia de un concilio depende de su
recepción, fase que sucede a su celebración. Precisamente a causa de la
recepción, adviene después de cada concilio un periodo más o menos largo en el
que se rechazan, silencian o asimilan las conclusiones formuladas. El Vaticano
II ha producido diversas reacciones. Su recepción no ha sido idéntica en todas
partes ni en todos los ámbitos cristianos.
a) Actitudes de rechazo
Según G. Alberigo, existe "una
minoría agresiva que continúa interesándose por el Concilio para reducir su
alcance y para denunciar sus efectos negativos. Paradójicamente, parecería que
el Vaticano II hubiera suscitado una oposición aguerrida, sin encontrar, en
cambio, defensores convencidos" (La
recepción del Vaticano II,
18). La interpretación restringida del Vaticano II es propia de obispos
pertenecientes a la minoría conciliar conservadora, de
teólogos afines a las posiciones de la curia inmovilista y de movimientos fundamentalistas
alejados de la renovación conciliar.
Los conservadores cismáticos no admiten
las conclusiones del Vaticano II porque, según ellos, es concilio contrario a
la tradición; por tanto no obliga. Los conservadores algo más ortodoxos, pero
radicalmente fundamentalistas, afirman que no es un concilio dogmático sino
pastoral; por tanto lo juzgan no vinculante. Finalmente, los conservadores
nostálgicos objetan que el posconcilio ha sido un desastre a causa precisamente
de las decisiones conciliares. La actitud más significativa de oposición
radical al Vaticano II ha sido la de M. Lefébvre, cuyo pensamiento, actitud y
decisiones le acarrearon en 1988 la excomunión. Prácticamente declaró herejes a
Pablo VI y Juan Pablo II, juzgando asimismo que la Iglesia estaba, desde la
muerte de Pío XII, en situación de "sede vacante".
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