e) Las tendencias

La minoría estaba formada por obispos
conservadores pertenecientes a países tradicionalmente católicos, apoyados
firmemente por la curia. Este grupo -escribe R. Aubert- "se aferraba a la
estabilidad de la Iglesia y a su carácter monárquico, era sensible a los
riesgos inherentes a todo cambio y sentía la preocupación de salvaguardar el
depósito de la fe en toda su integridad; pero tendía a confundir la formulación
dogmática con la revelación" (Nueva
historia de la Iglesia, V, 557-558).
En el transcurso del Concilio se agrupó la minoría de unos 250 obispos en el
Coetus Internationalis Patrum, con la finalidad de impedir que
los errores liberales se introdujesen en los textos del Concilio. Entre estos
obispos fue muy activo Marcel Lefébvre, que después del Concilio incurriría en
cisma, en el que murió. La minoría fue respetaba por la mayoría, aunque las
discusiones entre ambas tendencias impidieron algunos desarrollos conciliares
más homogéneos y dieron lugar a textos de compromiso, caracterizados por su
ambigüedad. El conflicto se situó entre reformistas y antirreformistas o entre
partidarios del aggiornamento pastoral y sus oponentes.
f) Las sesiones conciliares
Se celebraron cuatro sesiones
correspondientes a los otoños de 1962, 1963, 1964 y 1965, con una duración de
unos dos o tres meses cada una. El discurso inaugural de Juan XXIII causó una
viva impresión al sugerir varios puntos importantes: el carácter pastoral del
Concilio, en el sentido de llevar al mundo el mensaje cristiano de un modo
eficaz, teniendo en cuenta las circunstancias de la sociedad; el propósito de
no condenar errores por medio de anatemas, sino penetrar en la fuerza del
mensaje; la denuncia de los "profetas de calamidades" y la búsqueda de
unidad entre los cristianos y entre los hombres. Según Pablo VI, este discurso
fue "profecía para nuestro tiempo".
La primera sesión del Concilio evidenció
el rumbo inesperado de apertura del Vaticano II, la necesidad de reducir el
número de esquemas (de 70 se pasó a 20 y luego a 16) y la importancia de los peritos, que acudieron para asesorar a los obispos. Estos últimos
trabajaron en grupos reducidos, dieron conferencias y redactaron
intervenciones. Fueron, en definitiva, auténticos catequistas de los obispos.
Juan XXIII sólo conoció en vida la primera
sesión. Al morir en junio de 1963, fue elegido rápidamente papa Giovanni
Montini, que tomó el nombre de Pablo VI. Lógicamente propuso en el discurso de
apertura de la segunda sesión (29.9.1963) dos temas centrales: la Iglesia ad intra y la Iglesia ad extra. En la tercera sesión se notó un
grado notable de madurez episcopal. Creció la libertad de opinión en los dos
grupos, de la mayoría y minoría, hubo confrontaciones entre sí e incluso se
manifestaron tensiones a propósito de algunas cuestiones. La cuarta sesión
comenzó con el anuncio papal de la creación del Sínodo de Obispos, cuyos miembros serían nombrados
por las conferencias episcopales. Siguieron las discusiones de diversos
esquemas.
Después de 168 congregaciones generales el
Concilio concluyó con la promulgación de 16 documentos (4 constituciones, 9
decretos y 3 declaraciones). Los últimos días fueron pródigos en
acontecimientos: despedida de los observadores no católicos con una celebración
conjunta (6 de diciembre), "levantamiento de la excomunión" mutua
entre Roma y Constantinopla del año 1054 (7 de diciembre) y acto final en la
plaza de san Pedro (8 de diciembre) con mensajes dirigidos a diversos grupos
cualificados.
2. El mensaje del Concilio
a) La teología conciliar
Lo que caracteriza a un concilio es, en
definitiva, su mensaje. El Vaticano II trató de renovar el mensaje cristiano
desde una triple exigencia: retorno a las fuentes de la palabra de Dios y de la
liturgia, cercanía a la realidad social del mundo y revisión profunda de la
Iglesia como pueblo de Dios. En síntesis, aportó una nueva vivencia de Iglesia
en el Espíritu de Cristo y del evangelio, para el servicio del mundo, en aras
del reino de Dios. Dicho de otro modo, el propósito del Concilio fue situar a
la Iglesia "sub Verbo Dei" o como "oyente de la palabra de
Dios" y en diálogo con el mundo. Para realizar esta tarea, el Vaticano II
pasó del "bastón a la misericordia" (justo al revés de Gregorio XVI
en 1830), de los "profetas de calamidades" que condenan el mundo a
los servidores utópicos en la sociedad y de la formulación inalterable de las
verdades a una nueva remodelación del mensaje cristiano "preferentemente
pastoral" (Juan XXIII).

Al comienzo del Concilio, los obispos no
sabían bien cómo empezar y qué podría ocurrir en el aula. Pero a lo largo de
las cuatro sesiones se notó una gran evolución hacia una Iglesia colegial,
comunitaria, dialogante con otras Iglesias y abierta al mundo. En definitiva,
el Concilio fue obra colectiva de la Iglesia entera. "El programa del
concilio -escribe A. Acerbi- no consistió en hacer nuevas declaraciones
dogmáticas, sino una reflexión global, en una línea pastoral, de la misión de
la Iglesia y de sus formas de actuación frente a la situación concreta del
hombre y de la sociedad mundial de nuestro (mejor dicho, de su) tiempo" (Concilium 166, 1981, 435).
En la constitución apostólica Sacrae disciplinae leges de Juan Pablo II,
mediante la que se presentó el nuevo Código de Derecho
Canónico de 1983, se afirma
que los elementos más característicos del Vaticano II son la Iglesia como
pueblo de Dios y "comunión", la autoridad jerárquica como servicio,
la participación de todos sus miembros en la triple misión de Cristo
(sacerdotal, profética y real) y el empeño de la Iglesia en el ecumenismo. En
definitiva, el Concilio se propuso rejuvenecer la Iglesia, alentar la
esperanza, impulsar el compromiso y dar cabida a la misericordia.
Antonio Luis Sánchez Álvarez,
párroco.
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