b) Actitudes de aceptación
El Concilio ha sido recibido favorablemente por la mayoría de
los católicos, pero no del mismo modo. Podemos hablar de tres tipos de
aceptación.
En primer lugar, algunos teólogos
progresistas y movimientos contestatarios de base creen que el Vaticano II,
ligado a un momento histórico, comienza a estar superado; es un Concilio
obsoleto. Es la posición definida en la expresión: "por fidelidad al
concilio, superar el Concilio", que equivale a la aceptación del espíritu del Concilio superando su letra. En el fondo de esta concepción
aparece la tesis de que el cristianismo posconciliar debe releer la fe a la luz
de los signos de los tiempos que el evangelio descubre en el mundo. Algunos
consideraron que el Concilio representó un esfuerzo enorme de la Iglesia para
acomodarse al mundo europeo y noratlántico burgués, pero que al mismo tiempo
dio una falsa idea de la justicia, por ausencia de radicalismo, y que en
definitiva incrementó el poder de los obispos frente al papa y la curia. Con
todo, no es fácil dar nombres y textos que defiendan con claridad esta postura.
En segundo lugar, hay católicos para los
cuales el Vaticano II ha sido un acontecimiento necesario, importante y
transcendente en la vida de la Iglesia, que ha operado un cambio profundo en la
comprensión de la acción pastoral y en ciertas doctrinas teológicas. Pertenecen
a este grupo teólogos progresistas y movimientos de base renovadores. De
ordinario apelan constantemente al espíritu del Concilio, que se revela en su
convocación, en el modo de su realización, en sus cuatro grandes constituciones
y en algunas decisiones pastorales en relación a la escucha de la Palabra de
Dios (primer magisterio), a una vida cristiana en comunión de fe (no de
costumbres rituales), al examen de los signos de los tiempos (sin la peligrosa
"fuga mundi"), a la unidad
de todos los cristianos (ecumenismo práctico), al diálogo con todo hombre de
buena voluntad (sin anatemas) y a una llamada a la libertad de los hijos de
Dios (sin sometimientos humillantes). Piensan que en el posconcilio se ha
frenado la puesta en práctica de la reforma conciliar de la Iglesia.
Finalmente, hay católicos reticentes al
Vaticano II, tanto en posiciones personales como en agrupaciones
neoconservadoras. Muchos de ellos son nostálgicos de la Iglesia de Pío XII. En
el fondo no aceptan ciertos postulados del Concilio, aunque se declaran
obedientes a la jerarquía. Del punto de vista teológico les preocupa la continuidad
del Vaticano II con el Vaticano I, el primado indiscutible del papa, la
exaltación de la tradición, el mantenimiento de la continuidad y la tesis de la
verdad total de la Iglesia Católica.
Otros aceptan el Vaticano II pero rechazan
el desarrollo del posconcilio. Son los "centristas" que creen poseer
la interpretación única y oficial del Vaticano II. Descartan la postura de los
integristas cismáticos, como es el caso de Lefébvre —sin detenerse demasiado en
esta crítica—, y no admiten ciertas afirmaciones propias de cristianos o
teólogos progresistas. A los cinco años de terminado el Concilio ya se alzaron
voces de alerta ante los riesgos del aggiornamento
de la Iglesia, al destacar su excesivo servicio en la sociedad. Recordemos que
algunos intelectuales o teólogos reformadores antes del Concilio (como J.
Maritain, J. Danielou, H. de Lubac, H. U. von Balthasar, J. Ratzinger, etc.),
se moderaron posteriormente, quizá a causa de la excesiva secularización del
cristianismo noratlántico, a ciertas aplicaciones conciliares que creyeron
exageradas y a la pérdida de prestigio y de poder de la Iglesia.
c) El posconcilio
A raíz del Vaticano II se logró en un
plazo breve una nueva concepción de la Iglesia como Pueblo de Dios y del
ministerio como servicio al pueblo. Despertó una gran ilusión la reforma
litúrgica, plenamente aceptada por el pueblo, se intensificaron los contactos
ecuménicos, la curia romana se hizo más internacional, comenzaron a renovarse
los seminarios, hubo un gran impulso del laicado, la Iglesia se abrió casi de
repente a la sociedad y al mundo de los pobres y la teología mostró una gran
vitalidad.
Cabe preguntarnos hoy, después de
veinticinco años posconciliares, en qué medida ha habido en la Iglesia profunda
renovación o, si se quiere, innovación. Según el mismo Concilio (SC 23), las
denominadas innovaciones son posibles, pero deben ser
introducidas en la Iglesia con infinidad de cautelas. Las evaluaciones
eclesiológicas o eclesiales dependen hoy, un cuarto de siglo después de
clausurado el Vaticano II, del modo de valorar el Concilio o del juicio que se
da a la evolución o a la involución eclesial. Lo que no cabe duda es que el
Vaticano II ha provocado una mutación fundamental y sorprendente en la Iglesia,
en el sentido de exigir un cambio profundo de su conciencia y de su misión.
Después del Concilio se han desarrollado
algunas etapas caracterizadas de diversas maneras. H. J. Pottmeyer distingue
dos períodos: la fase de exaltación, "dominada por la
impresión inmediata de que el concilio era un acontecimiento liberador",
en el sentido de que el Vaticano II fue "un nuevo comienzo absoluto";
y la fase de la decepción o, según otros, "de la
verdad", en la que "se descubrió con decepción el peso de la inercia
de una institución" que se resiste a cambiar (La
recepción del Vaticano II, 56).
En la primera fase se acentúan los textos conciliares más reformadores; en la
segunda se ponen de relieve los pasajes más conservadores. Actualmente
asistimos a una tercera fase, señalada por unos como estabilización y por otros como involución. Los conservadores enjuician negativamente los resultados del Concilio
en la Iglesia: confusionismo de la fe como consecuencia del pluralismo
teológico y pastoral; disminución de la práctica religiosa; escasez de
vocaciones sacerdotales y religiosas; secularizaciones en el clero; ejercicio
indebido de algunos consejos en la democratización de la Iglesia; debilitación
de la autoridad del Papa y de los obispos; aumento de matrimonios mixtos;
mesianismo terreno y permisividad sexual.
Por el contrario los progresistas sostienen que el Concilio ha
favorecido la participación litúrgica; hay en la Iglesia menos clericalismo y
más cooperación y cogestión de los laicos; han disminuido las luchas
confesionales y ha crecido el ecumenismo; se valoran de un modo más correcto
las religiones no cristianas; hay solidez misional; se advierte una nueva
presencia de la Iglesia en el mundo y se tiende a superar el eurocentrismo de
la Iglesia. Las dos posiciones parecen antagónicas.
El Segundo sínodo
extraordinario de 1985 fue
convocado por Juan Pablo II para valorar "las consecuencias del Vaticano
II", celebrado 20 años antes (1962-1965). Ahí se aceptó al Vaticano II
"como una gracia de Dios y un don del Espíritu Santo", tanto para la
Iglesia como para la sociedad. El segundo Sínodo se pronunció por una voluntad
de renovación, dentro de la continuidad con la tradición.
Aquí puedes consultar los documentos del Concilio Vaticano II.
Antonio Luis Sánchez Álvarez,
párroco.
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