También se dice de los sordos… Se pueden tener perfectos todos los sentidos y vivir como si fuéramos ciegos, sordos, mudos… Porque ver, oír, hablar, caminar… compromete, vaya si compromete… Es más fácil recurrir al “no me enteré”, no lo oí, no lo sabía, yo no vi nada… porque sabemos que ojos que no ven, corazón que no siente.
Jesús, el Hijo del Hombre tendrá que ser elevado, recordando el episodio de las serpientes venenosas que mordían a los israelitas en el desierto y se curaban al ver el estandarte de Moisés, y ahí, elevado en la cruz “atraerá a todos hacia sí” (Jn 12, 33). Es lo único que se nos pide en este domingo de cuaresma: ponernos morados de verdad, de lucidez, morados de tanto mirar al Levantado en la cruz y creer. Creer en él. ¿Por qué se nos hace tan difícil? Somos tan estúpidos que preferimos las tinieblas a la luz que brota de esta cruz, de ¡tanto amor! Tanto, tanto que no nos lo creemos. En el fondo tememos que Jesús utilice nuestros mismos esquemas, que nos acuse y nos reproche nuestra mediocridad, nuestra idolatría, nuestra indiferencia… Hagamos la prueba de exponernos a su luz, con toda verdad.
Ponte morado de luz nuevamente, sin miedo alguno. Ponte morado de contemplar al que tanto te ama. No hará falta que le digas nada porque él te conoce bien, como decía el Evangelio la semana pasada y ha sido enviado para salvar, no para condenar.
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