Hoy celebramos la fiesta de Santa María, Madre de Dios, que al igual que la Navidad, sigue siendo ante todo la fiesta de la vida.
No hay mayor halago y piropo que parecernos a la Madre de Dios. Ella fue un ejemplo presente de obediencia y de amor a su Hijo, y, por encargo, Madre para todos los hombres. Ella va entregando su vida, por amor, en cada instante de su camino al lado de su Hijo. Ella está en todo momento disponible y atenta a cumplir la misión para la que el Señor la eligió. Ella obedece y se somete como esclava humilde a la Voluntad de Dios. Ella es Madre, Hermana, Hermano del Señor Jesús porque cumple la Voluntad de su Padre que está en el Cielo.
Tratemos de parecernos a la Madre del Señor esforzándonos en cumplir la Voluntad de Dios. Y lo hacemos cuando, a pesar de nuestras debilidades, imperfecciones, pecados y limitaciones, nos esforzamos y empeñamos en cumplir la Palabra de Dios. Esa Palabra que también a nosotros nos alienta, nos habla y nos pide que amemos como el Hijo de Dios nos ha enseñado a amar.
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