Polonia, la tierra de Juan Pablo II, acoge, entre el
26 y el 31 de julio, la XXXI Jornada Mundial de la Juventud. Hay quien, al situarse frente a la Jornada de la Juventud,
solo ve en ella una exhibición de músculo de la Iglesia. Esta mirada
superficial por las cifras que arrastra ignora la vivencia de cada uno de esos
miles de jóvenes que deciden aparcar un verano centrado en el ocio, por más de
una semana de encuentro, de oración y, por qué no, de fiesta.
Está claro que una JMJ, como hecho aislado, no
tiene sentido, y desde ahí podría cuestionarse un despliegue que,
dicho sea de paso, sufragan los propios peregrinos. Quienes guían a los 30.000 jóvenes
españoles hasta Cracovia son
conscientes de que la huella que deje o no la JMJ
radica en la capacidad de integrarla en un itinerario de crecimiento personal y
acompañamiento.
En algunos casos, el periplo a Polonia que ahora se
inicia será punto de partida de un primer anuncio
para aquellos que se inscribieron con pocas expectativas. Para la mayoría,
aquellos que están integrados en una comunidad, será el momento de reafirmar su fe desde la diversidad
y con el impulso del Papa. Para otros, supondrá un punto de inflexión en su vida, para
plantearse cuál es su lugar en el mundo y encontrar pistas firmes en la
búsqueda de su vocación.
La Iglesia tiene en sus manos
promover y acompañar a una juventud
que se empape de Jesús y se moje por los últimos,
con una actitud inquieta, dialogante y desinstalada.
promover y acompañar a una juventud
que se empape de Jesús y se moje por los últimos,
con una actitud inquieta, dialogante y desinstalada.
Francisco ha escogido como lema
para este encuentro Bienaventurados los misericordiosos. Dando un salto al “hacer lío” de la JMJ de Brasil, en Cracovia
les presentará el proyecto para ser feliz que Jesús ofrece a la muchedumbre en
el Sermón de la Montaña. “Misericordiar” –el verbo inventado
por el Papa para la Iglesia en salida– exige traducir la
experiencia de encuentro con Cristo en una vida entregada por el otro, desde la
caridad, la acogida y el perdón. Para materializarlo en lo cotidiano se
necesitan jóvenes que hagan de las obras de misericordia su cuaderno de
bitácora.
Para lograrlo, esta nueva generación de cristianos
está llamada a utilizar todos los medios a su alcance –desde Spotify a Twitter–
para ser fermento en la masa de la indiferencia, el relativismo y la
secularización, y hacer presente el Reino en cada uno de los rincones de la
sociedad. La Iglesia tiene en sus manos el
promover y acompañar a una juventud que se sienta enviada por Jesús más allá de las
puertas de los templos, con una actitud inquieta, inconformista, dialogante,
desinstalada a la manera de las bienaventuranzas, firme en su experiencia de
Dios y en su comunión eclesial, pero alejada de una militancia ideológica
excluyente.
La JMJ será, sin duda, una ocasión propicia
para animar a que los jóvenes se empapen de Jesús y se mojen por los últimos, sin temor a accidentarse por “misericordiar” en medio del
mundo.
En el nº 2.997 de Vida
Nueva. Del 16 al 22 de julio de 2016