A
veces uno tiene miedo de hacer grandes apuestas vitales. Pero merece la
pena apostar fuerte alguna vez. Ir a por todas. Arriesgar. De otro
modo, tal vez termines moviéndote solo por el terreno ya conocido, donde
no hay novedad, donde no hay aprendizaje, donde no hay descubrimientos.
Dios no es el Dios de lo fácil, de lo ya sabido, de lo domesticado, sino el Señor de lo incierto, de lo valiente, de lo nuevo.
Y algunas veces, en la vida, nos anima a salir de la estrechez de los
lugares, las gentes y las dinámicas que ya nos son familiares, para
encontrarle más allá.
Extraído de pastoralsj.org