El comienzo del año es una ocasión privilegiada para respirar hondo,
tragar saliva y empezar a caminar con cierta energía, tomando las
riendas del año antes de verme inmerso en las prisas. Y eso, con los
pies muy en el suelo, y la mirada al frente.
CON LOS PIES EN EL SUELO
Mi suelo está hecho de mi presente más habitual: nombres, horarios,
rutinas, trabajo, problemas, obligaciones, ocio… Mi suelo está hecho de
relaciones personales, algunas muy buenas, otras más difíciles. Está
hecho de lo que me gusta hacer y lo que, aunque me disgusta, también me
toca.
Está hecho de las calles en las que me muevo, las gentes con las que
comparto espacios, los libros pendientes, las horas libres y las
saturadas, la tele que veo para pasar el rato… Mi suelo es este espacio
en el que transcurre mi vida. Y en mi suelo también está Dios
Dedico un breve rato a recorrer los nombres que se intuyen en mi vida
este año, y a pedirle a Dios que nos bendiga a todos (de los amigos, de
mis compañas, de la familia, de otros círculos…) Hago una oración por
todos ellos.
Y LA VISTA ALZADA
Pero no basta con sumergirme en lo cotidiano y lo habitual. Necesito
también un horizonte, unos planes, algo hacia lo que hay que caminar.
Un horizonte que me lanza hacia el futuro, y está constituido por
proyectos, planes, propósitos… Lo que me gustaría que ocurriera en este
año 2015, lo que quiero que sea mi vida, y la de otros, lo que me gusta
imaginar de aquí a junio, o incluso a junio del 2020 si me da por darle a
la cabeza.
Necesito pararme y saber qué es lo que más deseo, qué es lo que quiero.
Este nuevo año puedo “dejar que pase” o puede ser el mejor de mi vida si
aspiro cada día a ser feliz, a contentar a los otros, a escuchar, a
superarme ... puedo pasar por el 2015 mirando tristemente y con
monotonía al suelo o mirar al frente, un poquito más allá de mi suelo, y
encontrar a Dios, que tiene planes y sueños para mí en este nuevo año.