Un cristiano, cuentan, se aproximó a un herido en medio del fragor de la batalla y le preguntó:
- ¿Quieres que te lea la Biblia?
- Primero dame agua que tengo sed, dijo el herido.
El cristiano le convidó el último trago de su cantimplora, aunque sabía
que no había más agua en kilómetros a la redonda.
- ¿Ahora?, preguntó de
nuevo.
- Primero dame de comer, suplicó el herido.
El cristiano le dio el último mendrugo de pan que atesoraba en su
mochila.
- Tengo frío, fue el siguiente clamor, y el hombre de Dios se
despojó de su abrigo de campaña pese al frío que calaba y cubrió al
lesionado.
- Ahora sí, le dijo al cristiano. Habla de ese Dios que te hizo darme tu
última agua, tu último mendrugo y tu único abrigo. Quiero conocerlo en
su bondad.